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Imagina que nada más entrar en la sala de cine un tipo te pide una moneda por acompañarte hasta tu butaca. Imagina que junto a ese espabilado hay otros muchos, tantos como filas tiene el local, que se reparten el botín mientras el dueño hace la vista gorda. Imagina que al final pagas, porque el miedo es libre y temes que de no hacerlo el pícaro igual se te sienta al lado, en medio del pasillo, y quién sabe, ahora un repentino ataque de tos, después ese móvil no silenciado, más tarde el molesto crujir de las palomitas devoradas a mandíbula batiente..., algo acabará arruinándote la película. Imagina que todos los espectadores piensan como tú y se rascan el bolsillo, engordando así el chanchullo.
Imagina ahora que esto no sucede en un espacio privado, cuyo propietario pagará la factura de sus decisiones, sino en plena vía pública. Mediodía del sábado. Un coche busca aparcamiento por la semidesierta avenida de Blasco Ibáñez. Sobran las plazas gratuitas y cuando va a ocupar una de ellas irrumpe un gorrilla que reivindica su impuesto revolucionario. Obstinado, el conductor rechaza el chantaje y prefiere seguir su camino, dejar el vehículo más lejos, en la zona azul. Si ha de apoquinar, al menos él elegirá beneficiario. Pero ya en el nuevo emplazamiento le sorprende en plena maniobra un segundo gorrilla decidido a hacerle pagar dos veces por la misma pieza. Una para la ORA y otra para el menda. El arranque de dignidad lleva al conductor a dar volantazo y distanciarse aún más de su destino. Hasta otra plaza de estacionamiento regulado, esta vez sin gorrillas en el horizonte. Misión cumplida, creerá ingenuo hasta descubrir cómo a varios cientos de metros se dibuja el trote de un tercer caradura al reclamo de su parné. No es mendicidad, porque a alguno ya sólo le falta el datáfono, sino intimidación y acoso. He aquí la Valencia de Ribó, la ciudad que ha puesto veinte multas a gorrillas en medio año, la que exige al comercio mientras protege al mantero, la que conseguirá que los patinetes acaben corriendo más que los coches.
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