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El maratón regaló otro domingo magnífico. Magnífico siempre que te guste esto del correr o tengas un mínimo de sensibilidad por el deporte o sencillamente por tu ciudad. Fue un día redondo que cristalizó, bajo ese sol valenciano que todo lo inunda, con el récord de la prueba, con más de 16.000 corredores, y andadores, alcanzando la meta y con decenas de miles de ciudadanos arrimándose a las orillas del circuito para jalear a los atletas.
Los frikis del atletismo le encontramos más encantos a esta carrera. Aquí van unos pocos. Este año solo ha habido, gires el globo por donde lo gires, cuatro maratones más rápidos: Berlín, Tokio, Dubai y Ámsterdam. Si echamos la vista atrás, a lo largo de la historia solo hay doce ciudades con una marca mejor que la de Valencia. Y en lo que llevamos de 2017, y así será hasta las campanadas de Nochevieja, solo hay tres maratones en el mundo con diez atletas que hayan bajado de dos horas y diez minutos: Ámsterdam, Tokio y Valencia.
Para poner en valor todo esto no hace falta irse a aquellas rudimentarias ediciones ochenteras en las que no corrían ni mil personas y a las que tenían que dirigir hacia El Saler y más allá para que no molestasen en la ciudad -aquello sí que era soledad del corredor de fondo-. Quedémonos en el siglo XXI. Solo ocho años atrás, la edición de 2009. Aquel año venció Andrés Micó, un chico que se levantaba cada día a las seis de la mañana para cuidar de sus vacas en Villena. Su jornada laboral acababa a las nueve de la noche. Entonces se quitaba las botas mugrientas y se calzaba las zapatillas para lanzarse a correr. El día de la carrera dejó a su hermano a cargo del ganado, se puso el dorsal y salió a correr el maratón, como era costumbre, el tercer domingo de febrero. Por eso cuando se encontró la cinta esperándole en la meta, después de casi dos horas y 27 minutos, alucinado, se giró, entró de espaldas, se tiró al suelo y se quedó tendido, con los brazos estirados, como si estuviera en la playa tomando el sol.
Ojo, el segundo clasificado fue Mario Baldoví, un currela de la Ford, y el tercero Tomás Pla, que trabajaba en una tienda de deportes en Alzira y que subió al podio corriendo a 3.36 el kilómetro -Sammy Kitwara, el vencedor el domingo, fue a una media de 2.58 el kilómetro-. Tres valencianos en el podio. La crisis económica también había mordido al maratón. Estaba claro.
La vencedora en mujeres, una atleta veterana -había sido campeona del mundo en la categoría de +45 años de 10.000 y maratón-, ni siquiera pudo bajar de las dos horas y cincuenta minutos. Fue Maxine McKinnon, una inglesa del condado de Kent que se enamoró de la comarca de la Marina. Allí se inició en el atletismo porque antes de cumplir los 40 años no había salido a correr nunca en su vida.
En aquella carrera atípica llegaron a la meta 2.765 corredores, de los que solo 180 fueron mujeres. Qué diferente era todo y no hace ni un decenio. Lo de los ganadores, o que se subiera al podio femenino pasando de las tres horas, fue algo circunstancial. Pero el número de atletas y el porcentaje femenino fue fiel a la realidad de aquel momento.
Aquel día solo hubo 65 corredores que pudieron bajar de las tres horas. El domingo, en el velocísimo trazado del renovado Maratón de Valencia Fundación Trinidad Alfonso, lo lograron casi 1.300 personas. No hay muchos lugares en el mundo que puedan presumir de esta cifra que distingue a circuito y corredores.
Paco Borao, que tiene 71 años y ya corrió el maratón de Madrid en 1978, conoce todo esto de sobra, pero a diferencia de muchos de sus compañeros de Correcaminos no se deja embargar por la melancolía. A este aragonés viajero y políglota le gusta más mirar al frente. Atrás deja buenos y malos momentos. Aquel cambio a los 12 años, cuando abandonó Zaragoza para emigrar con sus padres a Francia, donde todo era escasez y hasta tenían que tirar alcohol en un plato para calentarse en las noches más gélidas. O aquel cáncer dichoso al que venció y le dedicó un maratón en Atenas, la cuna del asunto.
Borao, que también preside la AIMS, la asociación internacional de maratones, sería un personaje si viviera en Madrid, pero eso tampoco le quita el sueño. Él aprovecha las cartas que le ha dado la baraja de la vida y con el 'joker' Juan Roig intenta ganar todas las manos que le sonría. Cada año es más difícil mejorar el anterior, pero es maño, cabezón y cuenta con un gran equipo.
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