Urgente La Primitiva de este lunes deja tres premios de 35.758,38 euros

Supongo que influirá que no soy argentino ni futbolero -¡che boludo!- pero eso me hizo tomar distancia y mirar con perspectiva el encuentro histórico entre el River y el Boca, que se jugaban la Copa Libertadores, y que tuvo que disputarse a 10.000 kilómetros de distancia de su lugar natural -Buenos Aires- ante la imposibilidad de que los seguidores de ambos equipos actuasen de manera cordial, con respeto y deportividad. Únicamente puedo tildar el suceso como un fracaso colectivo. Una actuación así es propia de bestias irracionales, no admite disculpas y nos debería conducir a una reflexión sobre la lamentable imagen nos proyecta como sociedad.

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Me sorprende la permisividad con la que se ha observado el asunto. Hubo quien amparó los altercados previos, por los que se suspendió el partido y que motivaron la decisión del traslado, por la eterna rivalidad entre estos equipos. Faltó solo el «son cosas de chiquillos». Algunos incluso justificaron la reacción de los hinchas violentos por no haberse elegido un campo neutral. Ante un acto de esas características solo cabe la condena y la reprobación, como seguramente se haría si tuviese que ver con cualquier otra área. Pero si se trata del fútbol todo cambia. Poderoso caballero es don dinero. ¿Qué país, organización o fundación habría querido acoger a un grupo de violentos si estos no llegasen con un buen fajo de billetes bajo el brazo? Porque alrededor de este deporte se mueven cantidades con unos cuantos ceros y esto provoca que se transija con cuestiones que llaman mucho la atención. Para mal.

El Bernabeu abrió los brazos al partido del siglo y como era impensable confiar en el raciocinio de los que fuesen a acudir a él se pusieron en marcha medidas de seguridad inéditas. ¿Se habría hecho algo similar con otro evento social que acarrease semejantes riesgos pero que fuese a dejar menos dinero? No hace falta jurar que no. Se emplearon 4.000 agentes para garantizar el orden, los asistentes tuvieron que superar hasta tres identificaciones distintas para acceder a sus asientos y se habilitaron hasta dos kilómetros de distancia entre las dos hinchadas para impedir cualquier encuentro. Por supuesto, dispositivos del Samur se movilizaron con el fin de atender a posibles heridos en caso de que estos férreos controles fallasen.

Nada de esto se habría necesitado si se hubiera suspendido el encuentro en reprimenda por los ataques. ¡Suspender un partido!, válgame dios, cómo se me ocurre. O, al menos, obligar a que se jugase a puerta cerrada. Comprendo que es una medida extrema e incluso injusta para los seguidores pacíficos (que los hay, por supuesto), pero se lanzaría un mensaje más contundente. Y contra la violencia se debe ser contundente, venga de donde venga. No vale hacerlo solo en ocasiones. Porque la violencia crea monstruos y luego nos sorprendemos con las actitudes extremas que impregnan nuestro día a día, en todos los ámbitos.

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