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Se supone que las vidas ejemplares nos ofrecen modelos de conducta basados en la honradez y la rectitud que, en principio, deberíamos imitar por aquello del bien común. Parte de nuestra sociedad, hipnotizada o abducida o sofronizada o directamente idiotizada por la redes tontarras y las manipulaciones de propaganda barata, necesita con urgencia un chute de ejemplaridad para quebrar las triquiñuelas que permanecen incrustadas en nuestro devenir cotidiano. Pedro Sánchez, nuestro gallardo y bizarro presidente, ayer, en sede parlamentaria, nos brindó uno de esos rutilantes modelos de ejemplaridad. «Ha elegido el camino de la ejemplaridad», pronunció en tono vehemente al referirse a la dimisión de Carmen Montón. Ah, el virtuoso ejemplo y la honrada ejemplaridad... Y una ministra, apuntada en el lado del ditirambo más florido, tildó la renuncia de su compañera de «gesto grandioso». Pues que nos lo expliquen... Andamos empeñados, algunos, en defender el esfuerzo frente a la vagancia, la excelencia frente al parasitismo, la meritocracia frente al enchufe y el talento frente a la mezquindad, y sin embargo desde el gobierno aplauden todo lo contrario empleando palabrería como de locutor de un NODO de finales de los cuarenta. ¿Saludan la ejemplaridad en el plagio chapucero de un trabajito de apenas cincuenta páginas? ¿Se les antoja un gesto glorioso en lo de no ir a clase y tragar con unas notas manipuladas? Carmen Montón dimitió porque el escándalo apestaba, como sucedió con Cifuentes y ya veremos que le depara el futuro a Pablo Casado. Dimitió porque le ventilaron sus trampas. Ni soplo de gloria ni aliento ejemplar ni jirones dignos, pues, caen sobre ella. Se empeñan en defender lo indefendible porque la afectada es de su bando, sólo por eso. Su sectarismo abochorna y edifica bien poco.
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