Tratar de proteger al peatón es una política acertada y que está en consonancia con lo que se lleva haciendo desde hace muchos años en las ciudades del centro y el norte de Europa. Entre coches, autobuses, motos, bicicletas y patinetes y con el espacio público colonizado por todo tipo de mobiliario urbano y por las terrazas de bares, cafeterías y restaurantes, el viandante parece relegado a la categoría más baja, sin un colectivo propio que lo defienda, un sindicato o asociación que como Valencia en bici, el Gremio de Taxistas o la Federación de Hostelería vele por sus intereses. Y sin embargo, en algún momento y por encima de cualquier otro estado o condición, todos somos peatones. Vaya pues por delante mi respaldo a las políticas que tratan de poner por delante al hombre que camina frente al que va montado en un vehículo. El problema, como siempre, es encontrar la medida, no pasarse de frenada, no ir de un extremo al otro. Si durante cuarenta años Valencia ha estado diseñada básicamente por los ingenieros de caminos, que por encima de todo han procurado atender las necesidades de la circulación rodada -automóviles, motos y autobuses- el riesgo ahora es culpar a estos medios de todos loa males de la vida urbana. Y si en las últimas décadas, y especialmente a partir de la ley antitabaco, desde el Ayuntamiento se han dado todas las facilidades y no se ha puesto ningún a pega a la instalación de terrazas en los locales de ocio y restauración, no se puede ahora, de la mañana a la noche, aprobar una normativa que fija un espacio mínimo de 3 metros en las aceras para el paso de los peatones y que en la práctica condena a la desaparición a cientos de montajes de mesas y sillas de los establecimientos, que ni de lejos cumplen estas medidas. Y dejarles sin terrazas es, en la mayoría de los casos, obligarles al cierre.
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La defensa de los derechos del peatón no debería ser incompatible con el mantenimiento -como norma general- de unas terrazas que no sólo sirven a los valencianos sino que son un buen escaparate y un atractivo para los turistas, en una ciudad con un clima que permite utilizarlas la mayor parte del año. Hay casos insostenibles, calles en las que al caminante le queda menos de un metro para pasar y en las que no puede hacerlo a la vez que un minusválido en sillas de ruedas o una madre con su bebé en un cochecito, pero hay que ver local a local, no generalizar con una norma que si se aplica estrictamente puede suponer un grave quebranto para el sector de la hostelería y dejar a muchas personas sin trabajo. Como siempre, como en todo, hay que aplicar el sentido común, evitar el extremismo y manejarse con racionalidad, algo que por desgracia no parece abundar en el equipo de gobierno del Ayuntamiento de Valencia.
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