Aemet confirma el regreso de las lluvias a la Comunitat y activa dos avisos amarillos

Quizá sólo existan dos formas de gobernar, al menos en lo que se refiere al panorama político español. Dos modos de presidir, en el sentido más táctico de la palabra. Tres, a lo sumo, si apreciamos en el recuento a los que, como en el caso catalán, ni quieren ni dejan administrar. Los hay que saben, o tienen la necia certeza, de que cuentan con cuatro años bastante holgados. Estos primeros, normalmente con la altivez de quien cosecha una mayoría absoluta -como Rajoy y Zapatero en sus primeras partidas-, actúan con la habilidad de la política pausada y milimetrada. De la pronta, y breve, estrategia parlamentaria de medidas duras: recortes, subida y creación de impuestos, mutaciones (sobre amputaciones) en educación, pagos a acreedores políticos -dentro y fuera del partido- y procesos legislativos -mayoritariamente orgánicos- de aquellas convicciones ideológicamente partidistas más impopulares. Para, finalmente, durante el último ejercicio, navegar plácidos -con la habitual reducción de la presión tributaria- en la incesante campaña electoral.

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Casi se podría decir que existen, numéricamente, las mismas formas de dirigir que de vivir. O de no vivir. Porque mientras algunas gentes anotan metódicamente en el calendario del largo plazo las citas, otras, como Sánchez, advierten que cuando la propia existencia apremia, quizá, la verdadera tierra firme sólo sea el presente. Por ello, estos, precisan resistir a base de constantes golpes de efecto, provocativos fuegos artificiales y mucha gaseosa. Necesitan titulares que monopolicen, a toda costa, tanto las portadas como las sobremesas familiares. Se mueven en la maniobra continua del calentón mediático, pues saben que un día más siempre es uno menos (sobre todo para ellos) y que más vale pan, aunque sólo sea para hoy y se lo repartan entre cuatro.

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