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A los equipos sólo les pido que me hagan sentir orgulloso de ellos. A veces convierto en trivial si ganan o pierden. Si ha peleado con honra, me vale. El Valencia Basket venció en la prórroga al incómodo Fenerbahce, uno de los conjuntos con más pedigrí del baloncesto europeo y con una cancha complicadísima de asaltar. Lo hizo por convencimiento, por amor propio. El titular de la crónica de LAS PROVINCIAS lo resumía perfectamente: «Los milagros no existen, se trabajan». Esfuerzo, padecimiento, lucha. El equipo taronja hizo feliz a su fiel afición. Pero la dicha hubiera sido la misma si Loyd no acierta el tiro y los turcos triunfan. Se trata de una lección deportiva que tienen que aprenden los noveles que se inician en esto. No vale tener una capacidad innata. Ayuda, sí, pero no es suficiente. Los chavales no pueden ser Messi o Doncic con diez años. En esas edades hay que inculcar la famosa «Cultura del Esfuerzo» que pregona el Valencia Basket. Lo tienen que promover en las escuelas deportivas y, sobre todo, en el entorno familiar. Ver a padres o abuelos a grito pelado en los campos de fútbol o en las canchas generando una presión a su criatura es para prohibirles la entrada en los siguientes partidos. Sería una medida acertada para facilitar el crecimiento personal de todos los pequeños. En categorías inferiores se está para disfrutar, para alejarse de entornos potencialmente peligrosos y para inocularles el amor por el deporte. Si después aparece un Carlos Soler, Ferran Torres o Guillem Vives, pues mejor que mejor. Por eso me desagradan esos torneos televisados con la presencia de las canteras de los equipos grandes. Hay quien busca su minuto de gloria con celebraciones infames o con gestos propios de mayores de edad. Excesiva proyección para quien todavía debe seguir en el anonimato deportivo. En los profesionales, la autoestima que luce el Valencia Basket cada encuentro es similar a la del Valencia o el Levante. Me siento orgulloso cada vez que los veo. Son mis equipos. El blanquinegro consiguió arrebatarle un título al Barcelona de Leo Messi, el mejor jugador de fútbol de la historia -aunque mi debilidad siempre será Maradona-. Pero la imagen que más recuerda la afición de Mestalla es el escorzo en el suelo de Coquelin arrebatándole el balón al crack argentino. No fue una genialidad, fue una acción de sacrificio. Y el pueblo ya la ha incluido en la centenaria historia. O ese Levante de Paco López que se acerca a posiciones europeas. El técnico de Silla siempre ha reiterado que todo el entorno azulgrana, plantilla incluida, debe tener los pies en el suelo pese a los triunfos -también ganó en Orriols al Barcelona-. Hay que afanarse hasta el final. La gente admira a sus jugadores. Ese debe ser el fin último. No vale ganar a cualquier precio.
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