Ortega, el ausente

Sin embargo, en esta ocasión, la que se puede considerar ausencia de un torero surgido precisamente de las corridas duras del agosto venteño, y por consiguiente torero consentido de la afición de plaza tan importante, apenas haya provocado controversia. Raro, raro, o lo que es peor, y preocupante: que la memoria de la afición de ahora sea tan débil que ya no tenga capacidad para reclamar a toreros irregulares, sí, pero considerados de culto. Toreros que, como este Juan Ortega, son capaces de mantener vivo el fuego sagrado del olé sentido y acompasado salido del alma de quienes aprecian el arte de la lidia como algo único por imprevisible y efímero.

Es por ello que llame la atención esta ausencia. Como poco se ha dicho, poco sabemos de los motivos que la han provocado. Si ha sido por exigencias del torero o su entorno, mal hecho. Porque para caminar por el complejo mundo de los negocios, la prudencia, el saber hasta donde se puede apretar, debe ser enseña constante. Si por el contrario, quien no ha hecho lo posible para su contratación ha sido la empresa, no se comprendería. Nunca vendría mejor a la fiesta en estos momentos que una y otra parte se explicaran.