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Lo oyen? Es el silencio. El silencio de quien ni gobierna, ni se postula como líder de la oposición. El silencio de quien se equivoca en la estrategia de campaña. El silencio de quien no sólo no arrasa, sino que se atasca. Hace no tanto, también todas las encuestas refrendaron el «sorpasso» de un Podemos al alza sobre un PSOE destrozado. Descabezado. Pero, tan sólo tres años más tarde, 123 escaños han arropado al siempre superviviente Sánchez, mientras que Iglesias -con escasos 42- ya no presidirá durante mucho tiempo ni su alborotado cortijo. En esta ocasión, lo mismo se auguró: un adelanto histórico sobre el PP de Casado -casi decapitado- a favor de los del ¡Vamos! Aunque, tampoco. Ni lo uno ni lo otro. Reincidentemente desatendemos el poderío de los dos históricos partidos. Infravaloramos su maquinaria y su armazón. Y subestimamos su estructura piramidal de votos. Construida, tejida y cuidadosamente labrada durante lustros. Como antaño les sucedió a los morados, los de Rivera llegaron ultramotivados a la jornada electoral. Habían ganado diputados, pero perdieron en bando. Dopados con el entusiasmo que les otorgaron las Generales y con la estampita de campeones de cara a las Municipales. Estaban, según los sondeos, a escasas papeletas de la victoria en el flanco de la derecha y todo apuntaba que, ellos sí, podrían alcanzarlo. Pero se olvidaron por el camino del sistema de pactos y del poder del «alcalde». Antes, mucho antes de aquel domingo, ya habían asfaltado una inmensa autopista sin previo peaje para el PSOE. Podemos les había donado, con guerras internas, la izquierda. Y ellos les regalaron un centro que en este país es muy amplio. Aquel inofensivo cordón sanitario les ubicó, sin mucho acierto, en un espacio sobradamente copado y que les forzaba -pese a que insistieran y persistieran en negarlo- a dialogar con los de Abascal. ¿Cuántos votos se habrán dejado por la sombra de los pactos? Llegados a este punto, si Ciudadanos desea perdurar necesita empezar a mandar y no sólo -como en Andalucía- a regentar. Ya deberían saber que el electorado vota para ganar. Votar y gobernar, aunque para ello deban claudicar ante los de Ferraz. Si no quieren, claro, acabar como el de Galapagar.

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