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PABLO CASADO, ¿DUDA O CALCULA?

PABLO CASADO, ¿DUDA O CALCULA?

SALA DE MÁQUINAS ·

Domingo, 28 de junio 2020, 00:19

Esa es la pregunta del momento, para entender la personalidad del líder del PP y por tanto su determinación y capacidades. ¿Pablo Casado duda como Mariano Rajoy o calcula como José María Aznar? ¿O ni lo uno ni lo otro? Si eres Pedro Sánchez puedes tirarte toda la vida cambiando tu alineamiento, como tiene demostrado, al carecer de ataduras, prejuicios o convicciones, pero lo normal es que antes o después te ancles en un espacio fijo y específico. Con Pablo Casado todo el mundo supone que está más cerca de uno, Aznar, que de otro, Rajoy, pero eso ahora resulta aventurado porque su tiempo todavía no ha llegado, el juego real pertenece a otros, no tiene la pelota, sigue calentando desde la banda. Y desde la banda de la oposición se te permite ser tan voluble o ambiguo como lo fueron Sánchez, Zapatero o Aznar: a ninguno de ellos se les pudo adjudicar un marchamo definitivo hasta que no se asentaron en La Moncloa, así que Casado en lo que de él dependa tampoco renunciará al margen de maniobra que le da su condición de aspirante al título.

El PP rajoyano pasó por la enorme crisis reputacional que le abrió una brecha primero por su izquierda y luego otra por la derecha. Una catástrofe, pero aquello ya pasó. Ya están en otra realidad, su nueva normalidad. El gobierno podemizado de Iglesias y Sánchez se mantiene férreamente unido a sus bases electorales, incluso ha salido vivo de la prueba del confinamiento y del estado de alarma, al menos de momento. No sólo unido, ha salido reforzado gracias a la nueva estrategia de Ciudadanos, dispuesto a apoyar al gobierno de coalición como última oportunidad para sobrevivir. El PP ha ejercido durante estos meses una crítica parlamentaria sólida y continuada, pero ha evitado la tentación de llevar la tensión política a la calle mientras los españoles padecían una de las situaciones más delicadas y vulnerables de su historia reciente. Casado ha renunciado a un ventajismo que la izquierda en otras ocasiones sí ha aprovechado. El debate en la calle ha sido bastante sencillo. Irritadas, buena parte de las bolsas de votantes conservadores hubieran preferido una mayor contundencia del PP, llevando la beligerancia a todos los terrenos, contra un gobierno que ha fracasado y mentido repetidamente en la gestión de la pandemia. Esa es la demanda política insatisfecha que cubrió Vox de inmediato y con éxito, dejando al PP otra vez ante esa incómoda cantinela de la derechita cobarde o la derecha acomplejada.

Conviene recordar que Aznar ganó en 1996 gracias a su continuado llamamiento al centro político y reformista

Así que la duda o meditación hamletiana de Pablo Casado pasa por: a) decidir si se inclina más a la derecha para neutralizar el peligro de Vox y contentar a tantos votantes que cuando se cruza con ellos le piden «caña, dales caña»; b) mantener la centralidad ante la oportunidad de la operación suicida de Inés Arrimadas, entregada a los brazos del gobierno podemizado. En teoría, pero sólo en teoría, elegir entre Aznar o Rajoy. Optar entre el PP de Ayuso y Cayetana Álvarez de Toledo o el de Feijóo, Mañueco o Juanma Moreno. Los equipos de Génova, de García Egea para abajo, igual sirven para edificar el partido con lo primero que con lo segundo. Pero cuando llegue la hora tendrán que mojarse y decidir. 1) interiorizando el coste de esos votantes molestos y ardorosos que ven a Vox como les gustaría que fuera el PP. 2) asumiendo que si se derechiza, el Partido Popular nunca volverá al poder por sí mismo, que siempre lo ha conseguido con la confianza del centro político, bien porque les apoyara activamente en las urnas, bien porque decidiera quedarse en casa y no votar al PSOE. Conviene recordar que Aznar ganó en 1996 gracias a su continuado llamamiento al centro, al centro político, al centro reformista; otra cosa es lo que pasó después. La paradoja hilarante, que debiera hacer reflexionar a Casado, es que Aznar llegó al poder con un discurso de centro para poner en marcha políticas liberales y de derechas. Mientras que Rajoy logró la victoria con mensajes conservadores aunque luego practicó políticas de centro y hasta socialdemócratas.

El PP, pese a sus dificultades actuales de posicionamiento, cuenta no obstante con un enorme espacio propio, acrecentado en los últimos tiempos por la recolocación de los demás operadores. De un lado, es el único gran partido que todavía cree algo en la sociedad civil, en la transversalidad, en la colaboración voluntaria de los individuos, en la agregación de valor desde fuera del estado, en las entidades privadas, en los contrapesos institucionales. Su compañero de partida en esta creencia, Ciudadanos, ya no cuenta por falta de dimensión; la izquierda podemizada está justo en lo contrario, en la colectivización identitaria y la anulación de la energía individual; y a Vox por su parte se le nota mucho el peso de la tradición y el estatismo en sus postulados. Existe además otro espacio donde al PP lo están dejando solo. La España autonómica, constitucional, la España de las Españas, de las diversidades integradoras, vista desde Galicia, Andalucía, el Mediterráneo, las islas, etc. La España autonómica no está de moda y tiene sus fallos, seguramente deberían recentralizarse las políticas de educación, seguramente debiera aumentarse la inspección del gasto público y su consiguiente clientelismo corruptor, pero la España autonómica y provincial es la piel que mejor se acomoda a los españoles que no viven en Madrid, que llevan con notable naturalidad su doble identidad local y nacional, valenciana y española. El PP es el único partido que sigue claramente encastrado en un modelo de identidad doble y compartida, un modelo de convivencia. Los demás, no. La radicalización ideológica del último lustro está golpeando la España de las autonomías, desde los tipismos de la Antiespaña y de la España Única, otra vez estamos a vueltas con los versos de Machado. El PSOE perdió su carácter de partido nacional en muchas autonomías, convirtiéndose en partido nacional de cada sitio, alimentando los nacionalismos excluyentes, colaborando con los independentistas, asociándose con Podemos, Compromís y otros partidarios de eliminar todo rastro español. Y en el otro lado, surge la España Única de Vox (a modo de reacción a la Antiespaña de las izquierdas y los nacionalistas), atacando el sistema autonómico, o las nuevas realidades sociales, y sirviéndose de una visión unitarista y restringida que recela de las sensibilidades periféricas.

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