Paco Martínez Soria en Les Arts
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Legendaria película española de 1966 que dirigió Pedro Lazaga, 'La ciudad no es para mí' narra las peripecias en Madrid de Agustín Valverde (Paco Martínez ... Soria), que llega a la capital desde un imaginario pueblo, Calacierva, en la comarca -también inventada- de Campo Romanos, en esa España interior que ahora llamamos España vacía. El choque entre su mundo -rural, natural, tradicional, cerrado sobre sí mismo- con una urbe moderna -con sus grandes edificios, las avenidas interminables, el tráfico...- es brutal. Y eso que estamos hablando del Madrid de mediados de los sesenta, durante la dictadura. Agustín va a vivir con su hijo, que se ha casado, tiene una niña y se codea con la alta sociedad madrileña. En ese ambiente, el carácter del padre no encaja, aunque lo intenta. Él viene del pueblo, de costumbres y labores que no se pueden transportar a una ciudad, por lo que su presencia acabará siendo incómoda para la familia. Aunque se trata de una comedia protagonizada por un actor que hizo fortuna gracias a su capacidad para hacer reír al espectador, 'La ciudad no es para mí' es más profunda y contiene más elementos para el debate de lo que en un principio podría parecer. Y más ahora, o desde hace unos años para ser exactos, en que el futuro de esa España vacía ocupa páginas de periódicos y minutos de informativos. Y que en las elecciones autonómicas de algunas comunidades -como se acaba de comprobar en Castilla y León- se puede llegar a convertir en un factor si no decisivo sí al menos a tener muy en cuenta. El hombre de pueblo, el castizo que apenas ha salido de su entorno más inmediato, queda deslumbrado por las luces de Madrid, la intensidad de la circulación, la altura de los rascacielos (pocos por aquel entonces), las prisas, los nervios, el estrés de una gran ciudad. Un ritmo de vida que no tiene nada que ver con lo que él ha conocido hasta entonces, sus paseos por el campo, la charla tranquila con los vecinos, el chato de vino en el bar, la partida de dominó con los amigos, la comida tranquila y la siesta, las estrellas en lo alto, la ausencia de ruidos más allá del gallo que canta por la mañana... Se produce la inevitable colisión entre dos formas de entender la vida, entre el cosmopolitismo asociado a una urbe moderna y el catetismo enamorado de sí mismo y que no ve más allá de las fronteras del municipio o, como mucho, de la comarca. Me he acordado mucho estos días de la película de Lazaga al ver ciertas actitudes de algunos representantes políticos valencianos en la gala de los Goya, completamente fascinados ante el soporífero espectáculo en un teatro de la ópera que en sus años de oposición denostaron.
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