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Se acabaron las encuestas porque a partir de hoy, por suerte, la ley prohíbe su difusión y a los más curiosos -o masoquistas- durante las próximas jornadas sólo nos quedará observar las fluctuaciones de la fruta en el mercado andorrano. Tras los últimos sondeos la cosa no pinta nada bien, pues todos ellos pronostican idéntico bloqueo. Independientemente de los escaños obtenidos por cada uno, lo cierto es que las mediciones coinciden en que los dos lados del hemiciclo tras el 10-N se volverán a enquistar. Ni las izquierdas, ni las derechas, sin algoritmos inesperados o imposibles, lograrán la tan ansiada mayoría, así que sólo cabe esperar que acuerden la investidura como mínimo con cuatro partidos sobre el tablero. Así que, por mucho que les pese, ha llegado la hora de que nuestros políticos se arremanguen -sin excusas al respecto de la novedad parlamentaria de la política de pactos- para negociar porque descarto -por obvio y por irresponsable- que pretendan llevarnos a una arriesgada (para todos) tercera contienda. Se prevé, al menos por las tendencias, todo mucho más interesante de lo inicialmente augurado. El PSOE, nervioso con su ligera inclinación bajista, ahora ya sólo parece aspirar a mantener el resultado. Si ganase su bando faltaría ver cómo justifican un acuerdo con Podemos al que -con 140 millones a la basura de por medio- en abril «bajo ningún concepto» pudieron aceptar. Ahora lo que sí se descarta es la tan anhelada suma con los liberales porque el partido de Sánchez y de Rivera no suman ni de casualidad, pues Ciudadanos, que se presentó como bisagra, sin duda ha sido el gran damnificado por la repetición electoral. Pero, quizá, la peor de las estampas se le presente en realidad al Partido Popular, ¿cómo un ahora «moderado» Casado podría tener como primer aliado a Abascal? Porque no nos engañemos, la tibieza le ha ayudado a remontar, pero podría convertirse al mismo tiempo en su gran escollo a la hora de pactar.
Aunque todavía está casi todo por decidir, ya no sería tan descabellado imaginar una abstención del PP (y Ciudadanos) vendido como un 'Pacto de Estado'.
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