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El Pacto del Tinell y el blanqueo de Bildu

Belvedere ·

Pablo Salazar

Valencia

Miércoles, 18 de noviembre 2020, 08:38

Acudió Zapatero a la televisión del régimen para bendecir el pacto de Estado, simple acuerdo de Presupuestos o lo que sea, con los proetarras de Bildu. «La democracia tiene que ser generosa y coherente», afirmó el mismo hombre que hace un año elogió a Arnaldo Otegi por su contribución para el fin de ETA. De ahí a llamarle «hombre de paz» como hizo Pablo Iglesias tampoco hay mucha distancia. Siendo muy discutible que sea posible integrar en el bloque democrático y tratar como socio preferente a quien no ha condenado el terrorismo y no se arrepiente del uso de la violencia, aún podría tener cierto pase si esos mismos blanqueadores del radicalismo independentista no establecieran líneas rojas para aislar, señalar y marcar como apestados a los partidos de derechas. Ahora a Vox como antes al PP. No hay que olvidar que ese Zapatero que aparece como un estadista generoso que recibe con los brazos abiertos a la oveja descarriada es el mismo que avaló una estrategia excluyente y sectaria, el Pacto del Tinell, por el que el Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC), Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) e Iniciativa per Catalunya-Verds acordaron no sólo gobernar conjuntamente en la Generalitat de Cataluña, con Pasqual Maragall al frente, sino sacar del tablero a los populares. Recuerden esta parte del famoso Pacto: «Los partidos firmantes del presente acuerdo se comprometen a no establecer ningún acuerdo de gobernabilidad -acuerdo de legislatura y acuerdo parlamentario estable- con el PP en el Gobierno de la Generalitat. Igualmente se comprometen a impedir la presencia del PP en el Gobierno del Estado y a renunciar a establecer pactos de gobierno y pactos parlamentarios estables en las cámaras estatales». En aquel entonces, diciembre de 2003, Rodríguez Zapatero era el secretario general del PSOE y poco después, tras los atentados del 11-M y las elecciones del 14-M, presidente del Gobierno. El promotor de un pacto que desprende un nauseabundo aroma frentepopulista es el mismo que hoy pone su firma a los acuerdos «de Estado» de su verdadero hijo político -Pablo Iglesias- con los proetarras. Es perfectamente lógico y coherente que ambos sean a su vez impulsores del manifiesto que el vicepresidente del Gobierno presentó durante su viaje a Bolivia y en el que se señala al «golpismo de extrema derecha» como el gran -y para ellos único-peligro para la democracia, como si no hubiera un peligro procedente de la extrema izquierda. Indicadores todos ellos de un carácter, de una forma de entender la vida, de unos prejuicios ideológicos que nos hacen ver que ellos sí son un riesgo para la convivencia de los españoles.

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