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La peña pastoreaba el final de la tarde estival con unas cervezas y el menos aburrido del momento lanzó la idea: «Tíos, que esta noche ... hay concurso de paellas, ¿queréis que hagamos una, a ver si triunfamos?; dan 400 pavos a los ganadores y 200 a los segundos; igual hay suerte, y como mínimo nos divertimos».
La propuesta tuvo buena acogida en el grupo y se impuso enseguida la urgencia en el reparto de tareas. Eran fiestas en el pueblo y el programa no ofrecía mejor lucimiento en la velada nocturna que el concurso de paellas, pero no tenían nada y había que apretar en la preparación, empezando por ir a comprarlo todo, incluida la paella en sí. «La paellera, querréis decir», aclaró uno de los más puntillosos. «No empecemos con polémicas -puso paz el más sosegado-, paella o paellera, tengamos la fiesta en paz, aquí decimos paella, y lo único práctico es saber ahora dónde podemos comprar una».
Eran las ocho y pico de la tarde, tenían que darse prisa. La tuvieron que adquirir apresuradamente en un bazar chino de otro pueblo del que alguien sabía de antemano que tiene de todo; de los que surten también de banderas españolas y atuendos populares para Fallas, incluidas señeras, pañuelos a cuadros azules y blusas de labrador. «Tot molt valencià, xé! A vore si fem una paella xina!», apuntó el más nacionalista del grupo. Aún era pronto para sacar conclusiones finales.
En el supermercado más a mano no quedaban judías verdes frescas y rechazaron la opción congelada. Tuvieron que hacer un pequeño peregrinaje hasta que pillaron un paquete. «De Agadir, Marruecos», advirtieron al leer la etiqueta. Qué remedio. A partir de ahí siguió el festival. Miraban jocosos la procedencia de cada ingrediente y festoneaban el origen distante de todo lo que iban metiendo en el carro de la compra.
El bote de tomate, de La Rioja; la botella de aceite, envasada en un pueblo de Sevilla; el azafrán, lógicamente de La Mancha; la carne de pollo, de Tudela, Navarra; la de conejo, de Cuenca... Con el arroz, al menos, sería otra cosa; no iba a ser arroz de fuera. La marca era valenciana, desde luego, muy valenciana, pero enseguida salió el agricultor de la peña y aclaró que, por lo que sabía de compañeros arroceros de Sueca, esa marca, precisamente, era de las que más arroz traía de Camboya. Así que... Bueno, ya hablarían de todo ello a los postres; ahora lo que importaba era tenerlo todo a punto. ¿Qué faltaba? ¡Los trébedes para apoyar la paella sobre el fuego. Otra vez a la tienda china en busca de la salvación.
¿Ya está todo? Al parecer, sí, uno del grupo había ido a comprar la leña que faltaba en la gasolinera. Al menos sería leña valenciana. «O tampoco -advirtió el más agorero-, la gasolinera es de una marca portuguesa». Bueno, la atmósfera, el entorno de fiesta, aportaría al fin un aura local. Paella valenciana, al fin y al cabo. Por ganas, que no quede. Al menos, la sal era de Santa Pola.
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