Urgente Un accidente en la V-21 a la altura de Horno de Alcedo causa más de cinco kilómetros de atasco este miércoles

Llamemos a las cosas por su nombre para enfrentarnos a ellas como se debe. El pasado viernes al menos 23 personas perdieron su vida al tratar de saltar la valla de Melilla para entrar en España. Es una tragedia de unas dimensiones enormes. Murieron aplastadas ... o por el impacto de las caídas mientras intentaban escalar. Algunas ONGs han mostrado además imágenes de las agresiones propiciadas presuntamente por los agentes de Marruecos. Es un tema complicadísimo de difícil solución con el que conviene no hacer demagogia, pero no podemos mirar hacia otro lado mientras situaciones así ocurran a las puertas de nuestro país. No se nos debe olvidar que todos ellos pretendían cruzar la frontera ante la necesidad imperiosa, huyendo de unas condiciones de vida deplorables. No es por capricho. No es arbitrario.

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Se trata de una cuestión delicada, en la que esperamos que nuestros gobernantes actúen con sensibilidad y sentido común. Y que, como mínimo, se refieran a ella con sumo cuidado. En ningún momento se debe perder de vista que han fallecido decenas de seres humanos vulnerables. Yo no me atrevo a decir que Pedro Sánchez sea racista, pero sí considero que es racista el discurso con el que despachó el asunto ante la prensa. Dijo nuestro presidente que el incidente había estado «bien resuelto». Nada en lo que acaben falleciendo 23 personas se puede considerar «bien resuelto».

Esas no son las palabras adecuadas. Y las palabras hay que saber utilizarlas bien, porque mal usadas actúan como misiles. ¿Qué mensaje envía Sánchez con esas declaraciones? ¿Que esta situación solo se puede resolver con violencia? ¿Que hay migrantes de primera y segunda categoría en función de su nacionalidad, del color de su piel? «Bien resuelto» son dos términos que, en este contexto, suenan terrible.

No me atrevo a decir que Pedro Sánchez sea racista, pero considero que su discurso sobre Melilla sí lo fue

El modo en que nos expresamos, el vocabulario que elegimos tiene un significado determinante, plagado de connotaciones y que, según quien lo escuche, puede hacer un daño irreparable.

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De elegir palabras hablaba María del Monte en una entrevista con Aimar Bretos en la SER a propósito del Día del Orgullo LGTBI. La cantante se refería a su orientación sexual y pedía respeto. Respeto, que no tolerancia. «Esa palabra me pone desquiciada», aseguraba. Porque dice la RAE que tolerar es «permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente; llevar algo con paciencia». Ninguna opción sexual está por encima de otra como para que una tolere la otra. Y el que piense lo contrario es homófobo. Llamemos a las cosas por su nombre. Como es homófobo el que trate de invisibilizar las agresiones que a costa de la sexualidad se siguen perpetrando. El que se burla, el que minimiza, el que no actúa, el que, creyéndose ocurrente, dice que si no hay banderas de zurdos por qué ha de haberlas LGTBI.

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