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Los lugares comunes no son lugares de encuentro. Si el mundo fuera un hotel, se trataría más de la recepción que del comedor de los desayunos. Las palabras huecas que montan como piezas de Lego frases vacías y rimbombantes son lugares de paso, aeropuertos de las ideas, que no son destino para nadie sino espacios incordiosos donde un café y una magdalena te sale por el precio de un par de cafeteras Nespresso.
«Firme condena de...», «decidido compromiso con...» o «la mayor traición a 'X' desde...» son la puerta abierta a las afirmaciones más contundentes sobre temas tan dispares como el cambio climático, la financiación autonómica, la creación de empleo estable, la situación catalana o la vida de las mujeres. Si todas estas entregadas afirmaciones de los líderes político de cualquier color sobre cualquier tema fueran reales no deberían poder pegar ojo.
La cumbre del clima es un buen ejemplo. Mucho golpe de pecho, mucho sacar la guitarra para cantar cogiditos de las manos como en un fuego de campamento y venga a buscar la foto con Greta Thumberg, pero, a la hora de la verdad, todo queda en un magro documento que, desplumado de esos aspavientos, queda bien de color , pero no flota o sólo hace que soplemos los mismos, los europeos, mientras americanos, chinos e indios hacen de su capa un sayo.
Y es que, hasta las riñas son ya huecas. Todos estos juramentos y zascas en los atriles chirrían cuando se descubre una jovial conversación entre oponente o una buena sintonía personal a pesar de haberse dicho en público más que a un perro. Los seguidores pueden llegar a pelearse por las calles o darle a los patrientes la cena de Navidad, mientras que Ivan Espinosa de la Montero rie junto a Pablo Iglesias, al lado de una entretenida Inés Arrimadas, como pasó en la celebración del Día de la Constitución.
Mientras, perdidos en estos lugares comunes y la sobreactuación irresponsable, la ciudadanía no está mucho mejor que Tom Hanks en 'La terminal (The Terminal, 2004), ese pobre hombre que descubre que su país ha dejado de ser reconocido por EE UU y debe permanecer en la zona de embarque sin fecha ni destino. Vive de la caridad de los trabajadores, sin poder entrar en el país ni coger su avión.
La historia tiene una base real, la del iraní Mehran Karimi Nasseri, que se quedó colgado en el aeropuerto de París-Charles de Gaulle entre 1988 y 1996, tras años intentando conseguir asilo político en Europa frente al régimen de los ayatolás.
La película optó porque Hanks fuera de un país nacido de la desintegración de la Unión Soviética, aunque buena parte de las técnicas de supervivencia que aplica son las de Sir Alfred Mehran, como era conocido el refugiado persa en el aeródromo por ser un hombre muy culto y educado. Dos cosas que se echan en falta en la política, y así nos va.
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