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Si la mayor contribución que puede espera de ti la oratoria es el silencio, háztelo mirar. Y mientras le vas dando una vuelta, que no tenemos prisa, regálanos tu abstinencia. La célebre andanada de Qui-Gon Jinn al insoportable Jar Jar Binks en 'La amenaza fantasma', «la capacidad de hablar no te hace inteligente», debería colgar de los pasillos del Congreso a modo de advertencia, como el legendario 'This is Anfield' anuncia el infierno a los rivales del Liverpool. Le sentaría bien a esta promoción de diputados educados bajo los cánones de Gran Hermano, di la estupidez más gruesa que se te ocurra y en horario de máxima audiencia, un pellizco de miedo escénico; la presión de saber que viven de prestado y han de ganarse el escaño día a día, no una vez cada cuatro años. Evitaríamos así la pueril estampa de toda una presidenta de la Cámara Baja subida al pupitre para pedir modales a la chiquillería antes de que el debate «se vaya por el desagüe». No podía ser más gráfica la seño Batet, convertidas las palabras en miasma, agua fecal al servicio del espectáculo, pues no hay mejor laxante para la falta de ideas que regarlas con inquina y añadirles un chute de decibelios. Si extrapolamos la zapatiesta política a la barra de un bar, de esos de váter espeso y suelo pegajoso, apenas notaremos la descontextualización. Que si Felipe González es un manitas en el manejo de la cal viva (Pablo Iglesias, volumen I). Que si la gobernabilidad de España y olé me importa un comino (Montserrat Bassa). Que si Pedro Sánchez ejerce de capo de un Gobierno ilegítimo y criminal (Santiago Abascal). Que si no diga Ana Botella, diga señora de Aznar (Pablo Iglesias, volumen II). Que si Irene Montero reparte sus horas entre liberar a violadores y estudiar en profundidad a Pablo Iglesias (Carla Toscano apurando su minuto de gloria). Que si el PP apuesta por la cultura de la violación, ahora que gracias a la conferenciante Mónica Oltra sabemos que la del esfuerzo es cosa de vagos (Irene Montero al contraataque). Y la temporada de otoño-invierno se presenta llena de color, pues según se acrecientan las limitaciones del orador más groseras se vuelven las sandeces. En medio del incendio del siglo porta la antorcha de la democracia una pandilla de pirómanos cuya pobreza de currículo obliga a vivir a codazos en busca de un buen titular, no sea que el próximo viaje los descabalgue del tiovivo. Lo cual nos devuelve a la reflexión del maestro jedi: las palabras sólo confirman que tenemos cuerdas vocales, no cerebro. Ya me gustaría a mí ofrecerles una cita más elevada, darme el pisto con Voltaire -«desapruebo lo que dicen, señorías, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo»-, o recurrir a mi amado Groucho Marx, siempre de guardia -«es mejor permanecer callados y parecer tontos, señorías, que hablar y despejar las dudas definitivamente»-. Me desacompleja pensar que tampoco nuestro presidente es de los que se inspiran en Churchill, pues yo le oí decir que sólo le ha faltado afrontar una invasión zombi y eso lo copió de las gilipreguntas de Mulet, todoterreno del chascarrillo matrícula de Valencia. De modo que a mí esta guerra política me lleva en bucle a la de las galaxias. Y a una reflexión antes de volver a votar. «¿Quién es más loco, el loco o el loco que sigue al loco?» No me miren así; lo dijo Obi-Wan Kenobi.
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