La palestra

A menudo nos iría bien cambiar de perspectiva. Ponernos en el lugar de la hormiga, por ejemplo. Una de tamaño considerable, como la de la imagen, o una más pequeña. También sirve. La que nos ocupa camina tranquilamente por una de las placas de cerámica ... que se señalan las distintas zonas de Olimpia. Es un lugar que les recomiendo, uno de esos sitios en los que el ser humano se da cuenta de su insignificancia temporal. Porque miles de años antes de que naciera Cristo por allí ya andaban trajinando los antepasados de la civilización micénica y unos más de setecientos años antes de la era cristiana comenzaron a disputarse los famosos juegos a los pies del monte Cronio. Allí, entre otras cosas, se halló la maravillosa estatua de Hermes con el niño Dionisio de Praxíteles. En fin, todo es historia. Pero pensemos en la hormiga. Porque hay algo, desde su punto de vista, que nos puede llevar a cierta reflexión, ella no tiene ni idea de dónde está, al menos de la importancia que puede tener para nosotros este lugar. Ni tan siquiera es consciente de ser un insecto griego, privilegiado en un entorno rico en comida y con un clima envidiable. Se mueve sin restricciones sobre las talladas piedras milenarias, excava su morada donde le da la gana, ajena de cualquier tipo de norma, preocupada solo de obtener su alimento. Y se detiene ahí a tomar un respiro. Hace un calor insoportable y creo que la superficie vidriosa del azulejo blanco está más fresca que el resto. Y ahí estamos los dos, en la palestra (literalmente) del gimnasio, el rectángulo donde se entrenaban los luchadores y atletas. Y mirándola me doy cuenta de que andamos mucho más perdidos que ella. Porque su mundo existe sin fisuras y el nuestro es un recuerdo, un eco del pasado.