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Cuando supimos las respuestas, nos cambiaron las preguntas. Que sí, que la frase está muy manida, pero es la pura verdad. Cuando Juan Carlos I y Henry Ford III recorrieron como monarcas las instalaciones de la recién estrenada factoría Ford de Almussafes en octubre de 1976, se firmaba un nuevo Compromiso de Caspe que establecía como soberana en el Reino de Valencia a la industria de la automoción.
La economía valenciana pegó un giro tan brusco que mucho tiempo más tarde seguía sin ser interiorizado por el común de la población. Mientras se pensaba en Madrid y en Mestalla que el símbolo de la riqueza de aquí era la esférica naranja, lo cierto es que desde los años 60 la renta per cápita local estaba por debajo de la media española y el trabajo de los campos tenía más de lucha contra los elementos que de huerta feraz.
Ni con la virulenta expansión del ladrillo se pudo cambiar la decadencia en la cual terminamos por sumergirnos hasta las orejas. En la deriva, la automoción, por no decir simplemente la Ford, pasó a ser la parte del león de las exportaciones y el sostén del empleo de hasta 9.000 trabajadores de forma directa y unos 20.000 indirectos. Así, según los cálculos de la Universidad Europea de Valencia, el jornal de unos 100.000 valencianos estaba vinculado (aún sin ellos darse cuenta) al gran héroe americano: servicios complementarios, adecuación de infraestructuras, suministros a empresas proveedoras...
Pero cíclicamente el sector se fue metiendo en sucesivos problemas, como la competencia coreana, el incremento de costes o la elección por parte del público de otras marcas y modelos. El futuro tampoco se aprecia prometedor para la venta de los cuatro ruedas, ya que las nuevas generaciones tienen una forma distinta de entender la movilidad y mayores problemas para comprarse «un cochecito», lo que ha catapultado el uso compartido de vehículos.
Desde la Administración, siempre tan amiga de los parches y no de las reformas, se iba inyectando ayudas y otros desembolsos que bordeaban la legalidad europea. Sólo en los tres últimos años, la Generalitat ha metido 42 millones de euros, que se suman a la 'fotracà' que los distintos gobiernos han ido cascando para salvar la factoría o, por lo menos, eso creían.
Sin embargo, poco empujan esos duros a una gente que factura en torno a 150.800 millones de dólares anuales a escala mundial y que no está dispuesta a invertir más si no hay retorno del bueno, del que entra de vender coches, como se advirtió el martes en Colonia. Así, los millones que debían haber servido para generar un colchón sobre el que poder saltar cuando hiciera falta pueden haber servido para poco y, ahora que igual es el momento de pegar el bote, lo vamos a tener que hacer casi sin freno ni marcha atrás.
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