Uno no puede decir que ha recorrido mundo si no ha pasado por Nueva York. Ha podido ver canguros en Coombabah, ballenas en Puerto Madry y ciervos en Nara, pero hasta que no pisa el asfalto de Manhattan no se le considera viajado. Es parada ... obligatoria para cualquiera que no tenga problema en tomar un avión. Hay algo en la ciudad norteamericana que la convierte en objeto de deseo de todos, los más urbanitas y los amantes de la naturaleza, los consumistas y los que hacen un consumo más responsable, los convencionales y los arriesgados.
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Posiblemente tenga que ver con la proyección que el cine ha hecho de esta ciudad y de cómo convivimos con ella desde que nacemos. Hay otras capitales con presencia constante en series, películas e incluso telediarios, pero ninguna con la fuerza icónica que desprende la gran manzana. Crecemos viendo historias que se desarrollan en sus edificios, conocemos gracias a esos relatos sus costumbres y rituales cotidianos, elevamos a iconos a personajes relacionados con su cultura.
Podríamos trazar sobre un mapa un recorrido imaginario de la ciudad sin ni siquiera haberla transitado, señalando enclaves hiperpopulares de los que es imposible no haber oído hablar nunca, como Central Park, la quinta avenida o Wall Street. Esos los conocen los del norte y los del sur, los de ciencias y los de letras, los votantes del PP, del PSOE, de Podemos o de Ciudadanos (si es que queda alguno).
De ahí que se haya usado el viaje de Irene Montero como excusa para crear una polémica. No hubiese pasado nada si la ministra de Igualdad hubiese viajado con su equipo a Copenhague y se hubieran fotografiado frente a la sirenita, o a Londres y el selfie fuese ante al Big Ben, o a Roma y en redes se dejasen ver en el coliseo. Todos estos son destinos turísticos apetecibles pero ninguno cuenta con el aura que desprende Nueva York.
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Nueva York nos vuelve muy paletos. No podemos evitar ir por sus calles y fotografiarlo todo, porque todo nos suena, porque todo parece colocado para que lo retratemos. ¿Cómo no vamos a dedicarle una instantánea a la estatua de la libertad si es un símbolo que ha adornado lápices y carpetas y hasta es posible que tengamos una lámina con su imagen en casa? ¿Cómo no sacar el móvil para inmortalizar el puente de Brooklyn si parece que lo hubiésemos cruzado mil veces?
Por eso resulta imposible pasar por Times Square y no hacerte un selfie. Hay una fuerza superior que te exige pararte y tomar la foto con los neones. Aunque no te impresionen, aunque los veas de cartón piedra. Es cuestión de ley.
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Lo hizo Díaz Ayuso hace nada, lo acaba de hacer Montero y lo ha hecho cualquier mandatario que haya pasado por allí. Lo que no se puede es escandalizarse con unos y no con otros, deslegitimar a unas y no a otras, juzgar la importancia y relevancia de la visita en función de quien la haga.
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