La pandemia nos va a servir como espejo en el que reflejarnos según cómo cada cual actúe con respecto a ella. Porque hay, desde luego, factores en esta crisis que escapan a nuestra elección pero en otros la decisión recae absolutamente sobre nosotros. Cada uno decidirá en qué lado quiere salir retratado. ¿En el del que acude a la playa sin prevención alguna a reunirse en grupos numerosos? ¿En el que se salta el toque de queda y burla las restricciones para montarse la fiesta por su cuenta? ¿En el que trata de esquivar el cierre perimetral para salir el fin de semana a pesar de que las terribles cifras desaconsejan cualquier desplazamiento? ¿O en el que opta por sacrificarse y limita al máximo sus movimientos? ¿En el que renuncia a ver a seres cercanos para evitar la propagación del virus? ¿En el que extrema los cuidados y guarda las distancias para procurar no contagiarse?
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Podemos echar todas las culpas fuera, mirar hacia los lados, creyendo que lo que ocurre es responsabilidad únicamente de los otros, o hacer autocrítica para determinar en qué medida hemos contribuido al descontrol de la pandemia y de qué modo podríamos haber sido más eficaces.
Las situaciones de crisis suelen sacar a relucir aspectos y caras desconocidas, algunas poco amables, que posiblemente ni imaginábamos que albergábamos o que pudieran albergar los demás. Hubo un momento en que creímos que de esta contienda saldríamos más fuertes, más unidos y más concienciados. Aquello se quedó en eslogan. A estas alturas pocos guardarán esperanzas de algo así. Cada vez que ha habido oportunidad de demostrar un grado elevado de mezquindad han llegado voluntarios para competir y que no cupiesen dudas.
Las vacunas han propiciado el último ejemplo ruin. No será el último, me temo. Hemos sido testigos de las pequeñas y las grandes corrupciones en torno a una herramienta que se supone ha de salvar al planeta. Pero antes que al planeta algunos han preferido salvarse ellos por adelantado. El colapso descubre nuestra verdadera faz. Hemos sido testigos de cacicadas en pequeñas poblaciones, de guerras insolidarias entre países y de falta de escrúpulos absolutas en grandes empresas farmacéuticas. En esa fotografía nadie ha salido bien parado.
Ante la expansión del coronavirus algunos han escogido el camino más temerario, posiblemente sin medir las consecuencias y sin pensar demasiado en el largo plazo, haciendo cábalas políticas o económicas. De esa fotografía no escapan unos cuantos y todos sabemos quiénes son. Veremos si terminan indemnes de esto.
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Al otro lado del espejo, las víctimas que se multiplican, las que nutren las estadísticas y las que no aparecen reflejadas todavía porque los recuentos, de momento, no señalan otro tipo de secuelas que, sin duda, se descubrirán tras esta plaga.
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