La ciudadanía vive con ilusión y, sobre todo, alegría los festejos que, después de un tiempo en el dique seco por la pandemia, se han ... reanudado de forma bulliciosa como si no hubiese un mañana, ignorando que el 'bicho' vuelve a asomar las orejas y la incidencia hospitalaria preocupa una vez más. Pues bien, todo ello se da de bruces con otra pandemia, la del hambre que soportan muchas personas. Sólo cuando las entidades benéficas hacen sus balances y los medios de comunicación los divulgan, como sucede actualmente, nos enteramos de la cruda realidad, y es cuando se nos despierta la conciencia, pensando que algo deberíamos hacer para remediar esta situación.

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Lo que sucede es que el hambre se hace invisible a nuestros ojos; una realidad que queremos vergonzosamente ocultar. En nuestra ciudad, como en todas las del mundo desarrollado, existen personas que pasan hambre física, que no tienen qué comer. Los últimos informes del INE nos dicen que el porcentaje de población en riesgo de pobreza o exclusión social está en el 28%. Un desglose nos señala que una de cada cuatro personas está en riesgo de pobreza, pero el dato es más alarmante cuando se refiere a la pobreza infantil, cifrándose en una de cada tres personas.

La pobreza ha cambiado. Sólo hay que acercarse a las puertas de Casa Caridad, por ejemplo, o a los bancos de alimentos, para darse cuenta de la grave situación. Ahora el hambre se extiende y acosa a los que antes pertenecían a la denominada clase media, a los mayores y a los jóvenes. Los indicadores sociales nos dicen que muchas familias valencianas están bajo el umbral de la pobreza.

Y mientras, los políticos están ausentes o enfrascados en luchas internas para que no les quiten sus privilegios, o enzarzados en luchas de poder absurdas mientras el servicio público se deja a un lado. La enumeración de sinsentidos haría interminable este escrito. Vergonzoso.

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