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Las parejas que no discuten

COMO UN AVIADOR ·

Mikel Labastida

Valencia

Lunes, 15 de marzo 2021, 07:44

Desconfío de aquellas parejas que no discuten, que siempre exhiben una armonía inquebrantable. No puedo evitar mirarlas con recelo y sospechar que esconden habitaciones repletas de cadáveres en su relación. Es lógico que el paso del tiempo y la convivencia mermen incluso los enamoramientos más apasionados y que hagan aflorar fisuras. El reto es que estas no provoquen un desmoronamiento total. No hacía falta que viniera la ciencia a darme la razón, pero vino.

Un estudio llevado a cabo por el Gottman Institute hace unos años determinó que las parejas que discuten tienen una relación más sana y fuerte, y recomendaba hacerlo de vez en cuando, con respeto, para prevenir fracturas que más tarde no se pudieran reparar.

Sucede con esas parejas idílicas, que se profesan arrumacos a cada instante y que aseguran que nunca se reprochan nada, que de repente se separan y nadie entiende qué ha podido pasar. Y yo suelo pensar en esos casos que más les hubiese valido ahorrarse carantoñas y decirse alguna cosa más alta que otra para solventar problemas que si se acumulan no hay quien los arregle.

Reflexionaba sobre esto no tras conocer la ruptura de Sara Carbonero e Iker Casillas, que parece lo previsible, sino la de Isabel Díaz Ayuso e Ignacio Aguado.

Reflexionaba sobre parejas idílicas no tras conocer la ruptura de Iker y Sara, sino la de Díaz Ayuso y Aguado

A menudo se critican los rifirrafes protagonizados por los partidos que conforman los gobiernos en la nueva política, dando por sentado que los cónyuges han de estar de acuerdo en todo una vez contraen matrimonio, como si las personalidades distintas se anulasen o apagasen por firmar un papel. Existe demasiado miedo a la diferencia y a la discusión bienintencionada en la política. Rara vez se contempla como un ejercicio necesario para que ejecutivos de distinto color lleguen a buen puerto. Y no será porque no haya algunos ejemplos en el territorio español de parejas obligadas a casarse tras unas elecciones que han logrado estabilidad a base de resolver desencuentros. Oltra y Puig llevan así seis años.

Decía Toni Cantó hace apenas tres semanas que ojalá hubiese más gobiernos autonómicos «con la firmeza del de Ayuso y Aguado». Menudo ojo. Imagino que su asombro sería absoluto al conocer su abrupto desenlace. La del PP y el de Ciudadanos pasaban más tiempo simulando, de cara a la galería, que se entendían que tratando de entenderse de verdad. Y ahí está el resultado, han durado juntos un año y medio.

No obstante, con estos dos, una vez visto cómo han acabado, se podría aplicar aquello de que el cornudo es el último que se entera de la infidelidad. Solo hay que escuchar al pobre Aguado lloriquear estos días por cómo se ha comportado su ya exesposa y contemplarlo alarmándose por los métodos que emplean ahora ella y los suyos, como si no fueran de sobra conocidos. Al menos para el resto. Al parecer él no veía más allá. Le hubiese convenido menos paripé y más riñas en condiciones.

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