El primer encuentro oficial jugado por el Valencia ante el Betis en Sevilla, el 1 de abril de 1928, merece como pocos en nuestra historia ... el apelativo de 'bronco y copero'. Frecuentemente olvidado en la construcción del relato historiográfico del club –los arquitectos de la memoria valencianista, José Manuel y Jaime Hernández Perpiñá, eran unos niños en el momento de la disputa del partido–, el 'match' y sus circunstancias suponen un fascinante catálogo de lugares comunes del fútbol de antes de la guerra.
Una previa polémica. Superado por el impresionante Levante de los jovencísimos Gaspar Rubio y Cabo, el Valencia de Jimmy Elliott (definido retrospectivamente por Sincerátor como «aquel entrenador que hacía trabajar a los futbolistas como mineros») tan solo había podido alcanzar el subcampeonato regional, un resultado que, después de tres títulos consecutivos, había sabido a muy poco. Con todo, la reglamentación permitía que los dos primeros clasificados en el Regional jugaran una ronda previa de acceso a la Copa, en la que levantinos y valencianistas quedaron emparejados con andaluces (Betis y Sevilla) y murcianos (Cartagena y Murcia). Las tornas cambiaron en la liguilla y el Valencia superó ampliamente (1-3 y 4-2) a un Levante en plena crisis, cuyos futbolistas acabaron plantándose por no cobrar.
El show del Patronato (I)
Llegó, pues, la penúltima jornada del grupo clasificatorio, en la que el Valencia se jugaba en Sevilla poder participar en los cuartos de final de la Copa. Junto a la aparentemente poco edificante actitud del Levante (tras detectar sospechosas actitudes en la previa, la prensa en bloque acabaría denunciando que el cuadro marítimo se había dejado ganar ante el Murcia para perjudicar al Valencia) preocupaba, sobre todo, la hostilidad del público bético: de sumar una victoria, el cuadro verdiblanco se colocaría por delante de los blancos. El ambiente del campo del Patronato resultó, a tenor de lo que expresan las crónicas, inenarrable: tras adelantarse el Valencia con un gol de penalti de Pérez y poco después de que fuera anulado, injustamente, un tanto del también visitante Sánchez, el público se lanzó al campo con la evidente intención de agredir al árbitro y los jugadores rivales. Una invasión que no pasaría a mayores debido a la intervención de la Guardia Civil.
El show del Patronato (II)
Ya en el segundo tiempo, el colegiado Quintana, increpado sin descanso por la grada, sucumbiría a la presión y acabaría señalando dos penaltis a favor del Betis (el segundo de ellos, de acuerdo con la crónica de la agencia Notiesport, clamorosamente injusto) que, sin embargo, los locales fueron incapaces de marcar. La tensión iba en aumento. «A medida que avanza el partido se advierte mayor nerviosismo en los jugadores béticos», señala el anónimo cronista, «que arrecian en sus durísimas entradas por ver de conseguir el empate, que no llega». Con el pitido final se repetiría lo vivido en el primer tiempo: parte de la hinchada local trató de golpear a Cirilo Amorós, quien, aparentemente, había respondido a las provocaciones de la grada. El asunto no pasó a mayores (más allá, narra despreocupadamente la prensa andaluza, de algún bofetón para un juez de línea) y el Valencia, protegido de nuevo por la benemérita, pudo retirarse a la caseta a saborear aquel gran triunfo.
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