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Su vida se divide en dos: la del tabaco y la que vino después. Ambas son tan distintas que le parece mentira que apenas hayan transcurrido diez años desde que se prohibió fumar. Sus abuelos fumaban. Su padre conducía sin quitarse la americana, sacando el codo por la ventanilla, y su madre le encendía un Chester y se lo ponía en los labios. Los hombres fuman, se decía entonces, y él fumó porque ya era un hombre o porque necesitaba aparentarlo. Primero, a escondidas con los amigos, buscando semejarse a un escritor o a un gánster. Ansiaba endurecerse y aprendió a expulsar volutas de humo y a prender el mechero de gasolina chasqueando los dedos. Más tarde, abiertamente, para sentirse seguro ante las chicas, por supuesto, aunque no sólo por eso; los pitillos fueron sus camaradas en las horas de conversación, lectura, estudio o nada que conllevó la juventud. ¿Qué hacer con los dedos si no?

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Usaba gabardina, daba igual que en Valencia lloviera o no, miraba torcido como Robert Mitchum, soltaba frases tajantes a lo Bogart y exhalaba el humo por la nariz. Le dijo a una novia que le pidió cortar: «Apagaré la colilla en la taza de café para que cuando alguien haga algo parecido te acuerdes de mí, y luego me iré». El tabaco consistía entonces en una opción estética. En España sólo no se podía fumar en presencia del Caudillo y en la iglesia, pero los curas fumaban. Y los detectives de pesquisa, y los ciclistas tras la carrera, y los poetas en los bares, y los diputados en el Congreso, y los vaqueros que vaciaban sus revólveres con el pitillo en la comisura de la boca, y las feministas tras quemar sus sostenes color carne. Los amantes y los locos fumaban en la cama después de tutearse con Dios. Hasta los existencialistas fumaban en pipa. Ahora parece que el tabaco siempre hubiera sido un veneno, pero no es verdad; no hace tanto, cuando él era joven, no fumar era lo raro.

Lo dejó ya metido en la treintena, al entender que todo lo que le gustaba se convertiría en heteropatriarcal o insultante, y que engordaría o causaría cáncer. Abandonó el tabaco porque el tabaco perdió poder, etiqueta y razón. Y empezó a practicar gimnasia, comer sano y no contar chistes. Total, que ha pasado media vida fumando y otra media haciendo lo contrario. Ahora, se promete que, si los médicos descubrieran que fumar no mata, él volvería, mas se engaña, el humo del tabaco pertenece al tiempo perdido, se extinguió con el calentamiento global. Es un hombre demediado, debe olvidar lo que fue para seguir siendo. Vive en un mundo contrario al que nació y morirá al otro lado del espejo.

El humo del tabaco pertenece al tiempo perdido, se extinguió con el calentamiento global

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