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El paseíto

PURA VIDA ·

Ramón Palomar

Valencia

Viernes, 15 de mayo 2020, 07:44

Pasear sin rumbo fijo nunca figuró entre mis placeres primordiales. Un amigo, en la facultad, trabajó de taxista una semana para extraer unas perras y después abandonó el volante. «El primer día tuvo su gracia, pero a partir del segundo, eso de rular desnortado a la caza del cliente comenzó a rayarme...», me explicó. Algunos se conoce que necesitamos un motivo fundamentado fertilizando nuestra senda.

Pese a los horarios dispuestos para el paseo recreativo, pese al salvoconducto que guardo en la cartera por aquello de laborar en medios de comunicación, todavía no había caminado más allá del quiosco que se plantifica a unos veinticinco metros. Pero ayer por la tarde me traspasó un curioso subidón que me catapultó hacia el asfalto. Me apetecía fisgonear los maceteros de la plaza del Ayuntamiento, así pues, hasta allí dirigí mis pasos. Enfilar a las 4 de la tarde la calle Ribera y no cruzarme con nadie supuso un impacto extraordinario. Resultaba muy extraño. La sesera derrapaba hacia las curiosidades de celuloide y recordé la mítica y macarra 'The warriors', de Walter Hill, imprescindible perla ochentera del más bello estilo barriobajero. Unos pandilleros, mientras regresan a su territorio de Coney Island, se enfrentan a otros grupos que pretenden exterminarles. Trotan barrio tras barrio, en mitad de la desolación, pero de repente brotan los enemigos y estalla la sangrienta trifulca. Así una y otra vez. La soledad del centro de Valencia me recordó a la violenta peregrinación de esos warriors. Pateaba la ciudad esperando que un grupo de malvados navajeros irrumpiesen para atracarme. Nada de esto sucedió y mi napia chocó contra los dichosos maceteros. Son setentones y apestan a minimalista diseño nórdico. Nuestro consistorio, siempre diligente, ignorando la tradicional céramica de Manises o de Ribesalbes.

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