Yo no quiero que el Rey emérito me dé más explicaciones. Conmigo quedó en paz el día que abdicó en su hijo. Ese enorme sacrificio ... para mi fue suficiente. Después marchó y ha estado exiliado dos años. No sé qué más se le puede pedir. En mi nombre no hablan los ministros Ione Belarra, Raquel Sánchez o Grande-Marlaska al pedirlas siguiendo el argumentario oficial emitido por La Moncloa. No deja de sorprender que exijan tantas explicaciones quienes se niegan a darlas cuando les toca a ellos el turno.
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El tiempo de las explicaciones pasó tras la decisión de abdicar. Quién las reclama ahora no las pretende de verdad, sólo persigue amedrentar, acosar y desgastar a alguien que hizo muchas cosas por España y, lo que es peor, a la institución. A pesar del ruido, nadie le puede negar al emérito que su listado de aciertos es incomparable a sus posibles errores. Que levante la mano quien no se ha equivocado nunca. Pues igual.
Porque abdicar es sinónimo de dimitir y eso es lo que hizo el Rey emérito. Seguro les vienen a la cabeza ejemplos de políticos o responsables que se empeñan en no hacerlo. ¿Hay mayor castigo? ¿Qué más queremos? ¿Alguna vez será suficiente? En la práctica con el inesperado silencio de Pedro Sánchez y las declaraciones del gobierno azuzando el ambiente estamos negando al emérito la mínima posibilidad de reintegrarse con cierta normalidad a la vida en España. Mientras, paradojas de la vida, el mismo gobierno favorece la reinserción de asesinos de ETA o indulta golpistas que van contra el sistema.
Los últimos años hemos conocido el estado de su salud financiera -tan saludable como regularizada- y se han desvelado capítulos de su intimidad que aunque podíamos intuirlos ya han quedado demostrados ante la opinión pública. Pasemos página. El emérito es un hombre mayor que merece poder volver en paz. Ha de poder instalarse definitivamente en España y volver de nuevo desde Abu Dabi.
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Su visita nos deja imágenes imborrables de un rey exiliado emocionado por el reencuentro con su país, aclamado por la gente y con momentos para sus aficiones y otros mantenidos en privado para la familia. La única imagen que ha trascendido es la de la infanta Elena como fiel escudera de su padre haciendo lo que no le recomiendan al rey Felipe VI. Un error, a mi juicio, porque no está reñido la obligación de ser rey, con la de ejercer de hijo. Y, en este caso, no se echa de menos su papel como rey -que ejerce impecablemente- pero sí su papel como hijo. Al menos públicamente. Quizá si intentara evidenciar más la compatibilidad de esas dos funciones, haciendo públicos gestos de más cercanía hacia su padre, atraería la empatía de las nuevas generaciones que descreen de la Monarquía porque no encuentran su utilidad y desconocen el gran papel que tuvo el rey emérito para consolidar la democracia que todavía hoy disfrutan. ¿No les parece?
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