Pedroooo. Se desgañitó como Penélope Cruz en el Shrine Auditorium de Los Angeles. En esta nueva España surgida del fuego purificador de la censura las apariciones ya no son marianas, sino sanchistas, y la voz del presidente Puig tras esa revelación de la que acababa de ser testigo en La Moncloa surcó poderosa la A-3; tan atronadora que ni los atascos de la avenida del Cid refrenaron sus ansias, demostrando a Grezzi que el próximo paso debe ser poner tanquetas. El líder nacional llamado a expiar los pecados de los viejos próceres se haría carne entre nosotros el 9 d'Octubre. Esa cita en que reforzamos la identidad como pueblo y a la que dos minorías sin peso social han adherido un bochornoso postizo para convencernos de que en la vida, como en la física, los polos opuestos se atraen y, si les dejaran, se despellejarían. Aquí estaría Sánchez, calentita su promesa de sepultar los históricos agravios bajo 300 millones de euros. Bueno, eso dicen que dijo aunque él luego dijo que no lo dijo. El caso es que llegó el día de autos y nos trajo el advenimiento del pastor monclovita para, había anunciado su heraldo Puig, exhibir complicidad con la Comunitat. Pero lo único que evidenció, hábil prestidigitador, es que conserva intacta de su etapa baloncestística la destreza para la finta. Quien le escribió el discurso, no más atinado que el de la tesis, creyó que bastaría con desperdigar estratégicamente cuatro palabras clave, 'corredor mediterráneo' por acá, 'financiación justa' por allá, para vernos salivar. Sin comprometerse, que eso ya no se lleva. Y así fue como vino a devolvernos lo nuestro y acabó autorregalándose otra valiosa foto en su proyecto exprés de construcción de un liderazgo. Si a la antigua Convergència le persigue un 3%, a Sánchez lo hace ya ese 10% que prometió o prometieron por él. Y si se queda corto habrá que pedir cuentas al mensajero.

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