Mi pediatra y el síndrome Karamazov
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Caminaba por la calle más transitada de mi pueblo hace un par de semanas cuando vi las consecuencias de un atropello a un señor. Estaba ... el hombre en el suelo y una chica, la conductora, llorando en la acera. No estaban solos. Aparte de los curiosos (como yo, pero lo puedo excusar en motivos profesionales y por la presente columna), en la zona había cuatro agentes de la policía local, un par de sanitarios llegados en una ambulancia medicalizada y, si no conté mal, otras tres médicas y enfermeras. Entre ellas mi pediatra, Sandra. Que no la mía, que ya estoy mayor, pero sí de mis hijas. Vamos, más importante que mi médico, de largo. Allí estaba Sandra abrigando a la conductora, muy afectada, mientras sus compañeras atendían al pobre hombre atropellado, afortundamente nada grave pero lo inmovilizaron y atendieron como tocaba.
Me pregunté quién estaría en el centro sanitario de mi pueblo en ese momento. Obviamente, mi pediatra no, porque no es ubicua. Cuando llevamos a las niñas, Sandra suele tener la consulta llena. Apenas puede pasar diez minutos con ellas. Y si resulta que atropellan a alguien, pues así están las cosas, que todo salta por los aires. Son los que son y hacen lo que pueden. Viéndolas allí a todas, atendiendo al atropellado y a la conductora con profesionalidad y cercanía, me dieron ganas de aplaudirles. Ya no está de moda. La moda es lo contrario, porque las personas normales estamos ya en fase de olvido y a los tarados les ha dado por manifestarse frente a los hospitales para acosar al personal sanitario. Y eso me lleva a Karamazov.
He buscado por ahí y no he encontrado antecedentes, así que le atribuyo el bautizo del asunto a Carmen Posadas. La escritora denomina 'Síndrome Karamazov' a ese extraño efecto por el cual las personas que tratan mal a alguien un día o dos, por el sentimiento de culpabilidad que arrastran, aún le tratan peor el tercero y el cuarto. O cuando alguien te presta dinero, o te hace un gran favor, y la sensación de que le debes algo, en vez de provocar gratitud genera resquemor.
Viendo el modo en que la Generalitat intenta escaquearse de pagar las indemnizaciones por desproteger a los sanitarios en la pandemia, viendo cómo Sanidad no refuerza convenientemente la atención primaria saturada, viendo el aumento de las agresiones a las plantillas en los hospitales, viendo a los conspiranóicos meterles en el saco de una gran trama contra su libertad, viendo que nos olvidamos de que fueron los que se jugaron la vida mientras otros funcionarios públicos se fueron a su casa y no querían volver, viendo a Sandra, no sé si aplaudir o ponerme a llorar.
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