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LA PELEA ESTARÁ EN EL AYUNTAMIENTO

Sala de Máquinas ·

Martes, 30 de enero 2018, 07:44

El PP es un caballo cansado, e incluso exhausto, que sólo mantiene la confianza del electorado más envejecido y estable. Pero está lejos de ser un animal al que sólo le queda el camino del sacrificio, de la desaparición o recambio por el partido de Albert Rivera (operación Aznar). Los agoreros del final del PP, hace tres años aventuraban el mismo destino al PSOE frente al vendaval podemita y hoy las tornas han cambiado bastante. El Partido Popular, en particular la rama valenciana, no se va a morir un día de estos, pero (1) no se ha recuperado del desgaste de dos décadas de gobierno ni de la pérdida reciente de las instituciones, (2) está hondamente tocado por el estigma de la corrupción, (3) la fortaleza nacional del partido de la que tanto depende está en caída libre y (4) necesita con toda urgencia más que cambiar a los líderes locales cambiar a Mariano Rajoy antes de las siguientes elecciones generales y dar paso a un Feijóo o algo así para que puedan volver a votarlo los españoles menores de cuarenta años. El PP está ahora como una buena finca mal llevada y administrada. Devaluado. Y precisa con urgencia sangre nueva; antes en Génova y en Madrid que en Valencia. La era marianista ha concluido; lo único que nos queda por saber es si dará paso a la siguiente etapa antes o después de perder el poder. Y parece que será después.

De ser esto así, quiere decirse que no habrá condiciones para presentar batalla a la Generalitat en 2019. No da tiempo. El Consell seguirá siendo bitripartito porque el ciclo actual todavía tiene cuerda. La GVA está perdida de antemano, por lo que asombra las prisas de algunos por hacerle la cama a Isabel Bonig, cuando la victoria en las autonómicas depende más de lo que hagan los dirigentes nacionales del partido que de sus delegados valencianos. Cosa distinta son los ayuntamientos, donde los candidatos imprimen ahora más que nunca una fuerza y un sello específico. En particular, la batalla política estará en el Ayuntamiento de Valencia (y en algunos otros). En 2015 los cabezas de cartel fueron Rita Barberá, Joan Ribó, Joan Calabuig, Fernando Giner (y uno de Podemos). En 2019, debiera haber más pesos pesados en las cabeceras de cartel. Bien pueden ser Esteban González Pons o en su defecto María José Català, Enric Morera, Toni Cantó, Manolo Mata (y uno de Podemos). Es un suponer, partiendo de una mínima lógica política, en el sentido de que la verdadera batalla por el liderazgo, en términos de partido y en términos personales, se desplazará de Les Corts al pleno municipal y todos confiarán de antemano en que tienen posibilidades de mejorar su situación. El PP estará convencido de que le va a tocar subir tras la gestión de Ribó y cía, Compromís creerá que puede consolidar posición y chuparle apoyos a los podemitas de Valencia en Común, el PSOE pensará que la gente les premiará buscando mayor moderación frente a los desafueros de la chiquillada de Ribó y Ciudadanos apostará por el tirón nacional de Rivera y colocará a uno de sus lugartenientes fogueados en la política nacional. Todo lo anterior, por supuesto, sujeto al dictamen sagrado de los sondeos de opinión.

La política se va a volver municipalista o más bien el municipalismo se va a salir de su radio de acción natural para aventurarse en pugnas ideológicas y de alta política, lejos de los semáforos y el baldeo de las aceras. Esta sección ya se ha ocupado de la candidatura del PP. Sólo González Pons tiene altura y trayectoria para convertirse en el relevo de un icono como Rita Barberá, pero el aludido está divinamente ubicado en Bruselas y hará lo imposible por promocionar a un tercero. Ahora, si Rajoy para llegar personalmente vivo a las elecciones generales está dispuesto a sacrificar previamente medio gobierno en las listas autonómicas (Cospedal, De la Serna, Tejerina, Méndez de Vigo o Sáenz de Santamaría...), al valenciano de Bruselas no lo salva ni el Gordo de la lotería. Y si Rajoy no se atreve a llegar tan lejos, María José Català resulta la clara favorita. Aparte de su talento indiscutible, la exconsellera y exalcaldesa ha madurado en los últimos tiempos y quizás deba agradecérselo al fracaso de las oportunidades que no llegaron y a un ostracismo relativo que le ha servido para mejorarse. El aprendizaje de los reveses. El jueves pasado, desde la tribuna de Les Corts dio una lección de cultura democrática a ese tripartito que salió en batida a por una pieza mortalmente herida como Paco Camps. ¿Cuál es el principal obstáculo de Català? Precisamente que le pueda ir bien en el reto; si los hechos se suceden tal como hemos contado el peso específico del referente municipal crece y se alarga como una sombra sobre el ciprés autonómico.

Ciudadanos tiene el viento a favor. También está ya contado. No insistiremos. Y está claro que si la ofensiva municipal va tan fuerte como parece, Cantó tiene más tirón que Fernando Giner. Puede haber un intercambio de boletos; de momento han tenido la inteligencia de retrasar un año la designación de sus representantes. No hace falta precipitarse. En cuanto al PSPV, un veterano outsider como Manolo Mata tiene ahora una consideración notable; en la sociedad, en las bases del partido y en los círculos de los irreconciliables Ximo Puig y Pedro Sánchez. La juventud de Sandra Gómez abre un escenario en el que parece haber sitio para ambos si las cartas salieran bien.

Anticipar las decisiones de una sigla como Compromís es empeñarse en equivocarse, vaya por delante. La coalición funciona con una lógica distinta a los partidos convencionales; más hermética e imprevisible. Difícil ponerse en las cabezas distantes de sus diversos grupúsculos. Pero... Compromís llega a la contienda con un activo fundamental: se llama Paco Camps. A los suyos, que no son tantos, los tiene convencidos y además Ribó ha sabido neutralizar y fagocitar a los podemitas locales, pero sólo con esos recursos no hace carrera. En 2015 se inventaron el Ritaleaks, en el 2019 manejarán a Paco Camps como un muñeco de trapo. El drama del expresidente es que si se empecina en seguir ocupando un cargo público cuando ya no puede quitarse de encima la mancha de la financiación ilegal del PPCV, servirá para movilizar a la izquierda y desactivar las bolsas de votos del PP. Debiera hacérselo mirar. Camps pese a no estar condenado en los tribunales, perdió hace años la batalla de la calle. La política le dio todo y le llevó sobre mantillas de cargo en cargo y después, de golpe, la política le quitó todo. Un relato shakesperiano.

Ribó dijo en su momento que volverá a ser candidato si depende de él. Es lo que conviene decir para apaciguar tensiones internas. En honor del alcalde cabe reconocer que no le mueve una gran ambición de poder, esa no es su meta. En su defecto, que es un desganao. No se mata precisamente a trabajar; el comentario corre de boca en boca incluso entre los suyos. Y, además, no tiene una idea específica sobre Valencia sino sobre unas acciones sociales determinadas que lo mismo valen para Copenhague que para La Habana. Lleva dos años de alcalde y sigue pareciendo un desplazado, un cuerpo extraño en la idiosincrasia valenciana. Él debe saberlo y le da igual. Cada vez parece más evidente que su afán no era ocupar la alcaldía, sino promover ciertos modelos sociopolíticos desde ese puesto y sobre todo desalojar a Barberá de su despacho. Una vez conseguido, le faltan revoluciones para empujar los destinos de la ciudad. Da la impresión de que a su psique no le importaría volver a tener un escaño en Les Corts y quitarse tareas de encima, el problema es que ninguno de los miembros de su equipo ha ganado fortaleza para sustituirlo como cabeza de cartel. El que más tesón le puso, Fuset, está desacreditado como el concejal de las trolas y los cuentos falleros. Oltra, por supuesto, haría el papel, pero si la vicepresidenta llega a la conclusión de que ha agotado sus posibilidades en la política autonómica tirará a la lista de las generales con el apoyo entusiasta de todos los jóvenes coroneles del Bloc que quieren recortar su espacio. La próxima legislatura, Puig tendrá de interlocutores principales a Marzà, Micó y los Ferri. De ahí vendría la oportunidad para otro de los históricos orillados, Enric Morera, vaciado de poder interno y ocupado en la presidencia de Les Corts, como un canario en una jaula de oro. Morera tiene un pedigrí más moderado que la muchachada de Ribó, casi lo consideran un burgués; puede ayudar a centrar el discurso y eliminar temores en el electorado ajeno a la coalición. Es suficientemente conocido y si el amigo Joan se dejara, le abre otra oportunidad en política que nunca hubiera sospechado. Le encantaría ejercer el papel institucional de alcalde en una ciudad que conoce al dedillo. Y en Compromís, todo el mundo contento.

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