Podría hablarte de piedad; de aquel animal desvalido que dobló los remos hasta morir, mediados del pasado agosto en las calles de un pueblo cualquiera de l'Horta Nord, quizá un infarto, tal vez el calor, bajo dos bolas de fuego y recién cortada la ... soga que lo amorraba al pilón, mientras la multitud, con la decepción que siembra el agua en el vino, escrutaba inquieta los balcones para confirmar que nadie grababa el 'contratiempo', sin reparar en que no existe dique capaz de contener las palabras. Te podría hablar también de congruencia; de los peñistas del municipio vecino que hacían un llamamiento al ladrón que allanó su local para que, reencarnado en Dimas, les devolviera la cabeza de toro sustraída, pues el pobre Juramento, o mejor dicho su busto desollado, atesoraba para ellos un gran valor sentimental. Con amores así, el sexo sería delito. Seguramente prefieres hablar de tradición. En tal caso te diré que si la Tierra gira y cada día es distinto del anterior, ninguna costumbre debiera permanecer inmune al revisionismo. De lo contrario, nuestro 'prime time' aún se nutriría de justas a muerte o espectáculos de gladiadores, en alta definición y con rentabilísimas pausas publicitarias, mientras al alicaído lanzamiento de cabra desde lo alto del campanario de Manganeses de la Polvorosa le lloverían los patrocinios. Por supuesto que podemos igualmente hablar de valentía. Sin otra epopeya en mi currículum que la de ser padre, y viniéndome justito para subir a un avión en lo que a redaños se refiere, me descubro gustoso ante el valor de quien corre frente a un toro, aunque si me das a elegir preferiría que canalizara su vocación heroica hacia una manguera, delante de la lengua de fuego que cada verano pinta nuestro verde vida de gris ceniza. O detrás de un bisturí, por qué no en la enfermería de una plaza de primera, como el médico antibelicista de 'Hasta el último hombre' que marchaba a la guerra para luchar por la paz. Podemos hablar largo y tendido de lo que quieras, pero si mi enmienda a la totalidad de tu fiesta pesa menos para ti que el morbo de jugártela en un aquelarre de adrenalina, busquemos al menos puntos de encuentro en el sentido común. Hablemos entonces de protocolos, de seguridad. De selfis y calzado, de acuerdo, pero sobre todo del consumo de alcohol que destierra los miedos, tantas veces la discomóvil a escasos metros del 'cadafal', sujétame el ron cola que pego un esprint. Y ya de paso preguntémonos qué hacía María 'la Francesa' a sus 73 años en el recorrido de un toro, o cómo accedieron menores a los espacios acotados de Náquera y Gilet sin refugiarnos en el recurso fácil de la irresponsabilidad de sus padres. No hay peor muerte que la absurda, y frivolizar con la vida, propia y ajena, tiene un alto precio. Lo advierte Robert Ford, el personaje de Anthony Hopkins en la maravillosa 'Westworld'. No puedes jugar a ser Dios sin tratar con el diablo.

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