Han tenido que pasar cuarenta y muchos años para que me dé cuenta de que para realizarme lo que necesito es un sofá o una hamaca cómoda y tiempo suficiente para tumbarme y no hacer nada durante un rato, un buen rato. Y cuando digo ... nada es nada. Literal. La nada tiene mala prensa, pese al inmenso placer que es capaz de proporcionarnos muchas veces. Perder el tiempo para ganar vida.
Publicidad
Ha sido preciso que se asomen las canas -no tantas, pero alguna se deja ya ver- para convencerme de que pocas cosas realizan más que una lectura inacabada por una siesta, que una cerveza entre amigos que se alarga y te obliga a encadenar con otra, que un paseo a ninguna parte sin más fin que despejar la mente y estirar las piernas.
De la realización nos hablan sin parar, no han dejado de hacerlo nunca, hasta que lo hemos interiorizado tanto que lo consideramos un objetivo vital. Como si vivir tranquilo y aguantar lo que nos cae encima cada día no fuese ya un objetivo pleno. Así que durante décadas nos hemos movido y tomado decisiones en función de esa realización que rara vez llega.
Caemos en la trampa y nos obsesionamos y frustramos si no logramos lo que supuestamente nos tiene que realizar, lo que nos habían prometido que pasaría.
Publicidad
Los teóricos de la realización -que existen- nos convencieron de que debíamos realizarnos en el trabajo, con nuestra familia, y no dejando de estudiar nunca, empalmando másteres como si fuesen cromos que añadimos a un currículum que nunca se desborda.
Nos colapsan la mente apelando a un potencial que por lo visto escondemos y que debemos empeñarnos en descubrir, nos animan a crecer y el estirón nunca termina, nos aseguran que todo propósito se alcanza con determinación. Como si la determinación fuese un antídoto que valiese para todo. Y cuando hemos grabado en la mente todos estos mantras estúpidos nos cuentan que la realización no es un fin, sino un proceso. Y ahí sí que dan ganas de buscar un desagüe para lanzar la realización de marras.
Publicidad
Si superamos aquello de que el trabajo nos dignifica, también podemos acabar con lo de que nos realiza. Tal vez entonces nos lo tomemos de otro modo y lo acometamos mejor. El trabajo cuando es bueno lo que debe hacer es no asfixiarnos y proporcionarnos las condiciones para poder desconectar y no escatimar con el bolsillo.
La verdadera realización es un domingo sin ansiedad, no volver a casa desfallecido tras una jornada maratoniana, una bandeja de entrada sin revisar, un episodio repetido que ves sin parar y te sigue divirtiendo, un estribillo que tarareas y provoca una fiesta. Apagar el despertador por la mañana sin temor a lo que está por ver.
Publicidad
La realización está en los que te sacan la sonrisa cuando vuelves a casa y no en las que te la quitan el resto del día.
Empieza febrero de la mejor forma y suscríbete por menos de 5€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
El Diario Montañés
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.