La piedra de Sísifo
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Si alguien me dijera que, en las fiestas locales, los ucranianos se dedicaron durante años a señalar las diferencias entre grupos, lamentaría que hubieran estado ... perdiéndose en esas disputas en lugar de celebrar su vida en común. Viendo el sufrimiento y desmembramiento al que están sometidos, gana dimensión la perspectiva de sentirse un mismo pueblo que desea crecer en paz y ofrecer a sus hijos un futuro mejor. Pensaría que no habían sido capaces de apreciar lo que tenían en común, preocupados en exceso por ver la separación de lo distinto como un abismo. Pero no hay abismos insondables, al menos, si una comunidad se empeña en establecer puentes para salvarlos en aras de un bien mayor. La guerra nos pone ante esa verdad que arranca de cuajo los remilgos cotidianos, para terminar valorando lo que nos une y no lo que nos separa.
Es lo que pienso, cada año, tras la celebración del 9 d'Octubre. Nada tiene que ver con lo que sucede en el Este europeo, pero el extremo violento de un enfrentamiento como el de Ucrania requiere de un discurso que justifica la división. Y eso es lo que preocupa. El germen separatista también está presente en sociedades democráticas como la nuestra, como mínimo, cada vez que exaltamos a los 'nuestros' frente a 'los otros'. Por eso, no puedo evitar que cada 10 de octubre me invada cierta melancolía y que la fiesta me deje un regusto amargo en el fondo del paladar que ningún mazapán consigue quitar.
Los valencianos tenemos todo a nuestro favor para superar esa constante de nuestra historia reciente, el problema identitario, que se convirtió hace mucho en un lastre. Que convirtieron en un lastre. Es una piedra de Sísifo que vuelve una y otra vez a hacer el mismo recorrido e idéntico esfuerzo para no llegar a ningún lado. O, lo que es peor, sabiendo que el camino escogido nos lleva a ese mismo punto, convertirnos en Sísifo, pero dándolo por bueno con tal de arrastrar votos y voluntades. En ese caso, el reproche es aún mayor porque pone en jaque la convivencia para enarbolar una bandera que proporciona un éxito seguro. Y no hay justificación posible para eso. Sin duda, el Botànic nos ha traído la normalización de posiciones que no son ni mucho menos mayoritarias pero se nos quiere convencer de que, situadas en el poder, se convierten en dominantes. Lo son, pero no por su número sino porque dominan. Frente a eso, el PP aprovecha un rechazo que es real para gritar «muerde, Tobi, muerde» sin que Tobi entienda del todo por qué debe hacerlo. Y Sísifo vuelve a cargar con la piedra montaña arriba.
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