En una tertulia de sobremesa, un amigo riojano se sorprende al escuchar que la famosa Huerta de Valencia no es lo que fue. Qué lástima, ... exclama, tras explicarle que ese espacio agrícola que tenía un tanto idealizado en la memoria ya no es, en gran medida, como él y nosotros lo conocimos; incluso hay grandes porciones de lo que fueron feraces campos de huerta donde cunde el deterioro a todos los niveles y seguramente será ya irrecuperable aquel antiguo esplendor que pasó a la historia. Tan solo se mantienen las esencias que reconocemos como originales en una porción al norte de Valencia, y es porque allí se asienta el cultivo de chufas para horchata, una producción exclusiva de ese pequeño territorio, no del resto huertano, porque allí se realizó durante mucho tiempo una labor de enriquecimiento sistemático del suelo con aportaciones de arena del mar que se utilizaba como lecho de granjas. Esa contribución continuada de arena y materia orgánica de vacas, cerdos y caballerías propició que se generara, junto a los depósitos de arena tras las riadas del Turia y sobre todo del Carraixet, una masa de suelo perfecta para las chufas.
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¿Y el resto de producciones hortícolas de primor? Las cosas han cambiado radicalmente en los últimos 50 años. En cada pueblo había tres o cuatro comerciantes que recogían a diario una gran diversidad de género de temporada que compraban a infinidad de agricultores del entorno, y llegaban camiones que cargaban de todo ello y lo llevaban a mercados de toda España. Pero aquellos camiones de Madrid, Barcelona, Jaén, Salamanca, Burgos... dejaron de venir a la Huerta valenciana a por sus tomates, pimientos, lechugas... coles, alcachofas... porque la producción se fue trasladando a muchos otros lugares.
La llegada del plástico supuso en la práctica la decadencia de aquel mundo en el que muchos miles de familias huertanas, trabajando intensamente sobre superficies reducida, se ganaban el sustento de todo el año a base de diversificar productos y alternar permanentemente sus plantaciones.
Fue por culpa del plástico, aunque hablar de culpas no sea justo, porque las cosas evolucionan. El coche a motor sacó de los caminos a los carruajes de caballos; unos sustituyen a otros, siempre es así. El plástico hizo que se multiplicaran los invernaderos, lo que permitió que se pasara a producir de forma industrializada y todo el año lo que antes solo se daba aquí en temporada y de forma artesanal. Y con plásticos se fabrican las tuberías que extienden de forma económica el riego a goteo, lo que facilita que se produzca lo mismo en sitios donde antes era imposibe, sin nivelar terrenos y sin costosas inversiones en viejas acequias.
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