Poco a poco

Lo escuché durante una breve, informal charla. Un amigo le preguntó a dos militantes socialistas sobre el flirteo de Sánchez con la tropa de Bildu. Uno contestó «no me gusta nada, nada de nada». El otro respondió «poco, me gusta poco». Entendí que el matiz entre ambas respuestas se debía a una cuestión de, digamos, agradecimiento mensual. Me explico: el primero mantiene el carné pero trabaja en la empresa privada, no acumula, pues, servidumbres; el segundo cobra de un carguito de tipo medio a costa del contribuyente en uno de esos chiringuitos difusos que el gran público, o sea los contribuyentes, desconocen. Le gusta poco porque no pretende morder la mano que le concede alimento.

Al final, la obediencia ciega en los partidos se centra en la mera cuestión alimenticia. Le place poco el coqueteo entre su máximo jefe y los amigachos de los que asesinaron a Ernest Lluch porque es un tipo sensato, sin embargo jamás renunciaría ni a su militancia ni, mucho menos, al sustento que le permite pagar las facturas. La política genera siervos que apenas osan llevar la contraria al de arriba no sea que terminen en la cola del Inem. Ahí fuera hace mucho frío, como apuntó el clásico. Los padres y los padrecitos de nuestra patria grande y chica, por cierto, cobran en estos tiempos pandémicos más que antes. He aquí un gremio que se salva del pegajoso aliento contra la nuca que sopla gélido en tantos ámbitos, con lo cual jamás sentirían las inseguridades del autónomo que sobrevive a duras penas y mira compungido la ruina de su negocio. Jamás podrán empatizar con el peluquero del barrio, la del ultramarinos, el de la zapatería o la de la joyería. Para ellos esos universos cercanos no existen. O, como pronunció cauto ese socialista enchufado, si acaso lo intuyen «poco». Y así vamos, poco a poco hasta la atroz quiebra definitiva.