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IMAGEN: SR. GARCÍA
Podemos podemiza a izquierda y derecha

Podemos podemiza a izquierda y derecha

SALA DE MÁQUINAS ·

El principal reto de Vox es demostrar que no es el Podemos de derechas

Domingo, 31 de mayo 2020, 14:21

Corremos como sociedad un riesgo gravísimo, la podemización de la vida nacional, ya asentada plenamente en la orilla izquierda y con riesgo de extenderse también al otro lado. Podemos ha arrasado la izquierda española, irreconocible en cinco años, con la aquiescencia del sanchismo. El gobierno socialista se deja llevar por el programa podemita, ajeno por completo a la socialdemocracia europea y próximo a los experimentos bolivarianos. El último abducido por el podemismo campante es el ministro de Interior, Fernando Grande Marlaska, en otro tiempo un juez reconocido, capaz e independiente de las presiones políticas. Marlaska ha llevado a cabo en la cúpula de la Guardia Civil una purga de sello bolchevique, a costa de una deshonra profesional que le acompañará mientras viva. Se ha desprestigiado ante sus compañeros de la judicatura al destituir a un coronel del cuerpo por negarse a interferir en la investigación de una magistrada. Es una decisión insólita para su biografía, que ha desencadenado una crisis sin precedentes dentro de la Guardia Civil, con la salida del número dos y el número tres y la amenaza de la politización del cuerpo, o algo peor. Llegados a este punto, cabe preguntarse si las injerencias gubernamentales en la Guardia Civil se quedarán aquí o mutarán la esencia de una organización nuclear del Estado durante casi dos siglos.

Iglesias, en el peor recuerdo de los años treinta, se ha aferrado al golpismo guerracivilista como principal palanca de fuerza de la vida política. Es terrible, sobrecoge. Una estrategia de demolición, enfrentamiento y odio insuperable. Tratando de levantar cualquier barrera en el debate político. La canciller Merkel habló el otro día y parecía pensar en el vicepresidente español: «el límite a la libertad de expresión comienza cuando se propaga el odio». Iglesias comparecía el jueves en la Comisión de Reconstrucción, en la que no cree, el mismo día que la multinacional Nissan anuncia que se va de España y con la mochila de los miles de muertos por coronavirus en unos geriátricos abandonados a su suerte que eran de su responsabilidad. Así que decidió romper el tablero de juego. El día anterior acusó a García Egea del PP de que estaban intentando sublevar a las fuerzas de seguridad, lo hizo con los hombros adelantados y anclando los pulgares al cinturón a lo John Wayne, y 24 horas después ya atribuyó a Espinosa de los Monteros el deseo de querer dar un golpe de estado, «aunque no se atreven». Dejemos a un lado la freudiana despedida al diputado de Vox, parecía Nicolás Maduro: «cierre la puerta al salir, señoría». Apartemos esa mirada incendiada, los ojos achinados, el gesto desafiante con voluntad de amedrentar, con el que a veces sobreactúa. Apartemos las trazas del bravucón de instituto, crecido ante un Patxi López ejerciendo de mingitorio contemplativo, incluso asumamos que se trata de una táctica para escapar de sus problemas. Bien, pero lo que en realidad hizo Pablo Iglesias fue transferir a otros sus propias intenciones golpistas. Sus deseos y ensoñaciones. Es Iglesias quien lleva años postulando un cambio de régimen en beneficio de un orden ajeno por completo a los usos de la democracia convencional. El cambio de sistema ya no se produce con un levantamiento armado, sino desde el poder y las instituciones, desmontándolas. Es Iglesias el que idea operaciones de acoso y caceroladas a la monarquía constitucional. Es Iglesias quien criminaliza la actividad empresarial o se obsesiona con Amancio Ortega. Es Iglesias el que desprecia la pluralidad mediática en favor de un universo en el que radios, televisiones y periódicos debieran estar tutelados por el gobierno y sufragados por el gobierno. Y es sobre todo Iglesias quién está decidido a controlar el sistema judicial y acabar con su independencia natural; en un conflicto de poderes que cuestiona los pilares del estado de derecho.

Todo lo anterior lo hemos visto en los últimos años. No es que lo hayan ocultado. Pero llama la atención la capacidad de podemizar al conjunto de la izquierda en apenas un lustro. El PSOE está literalmente secuestrado en el influjo podemita. El sanchismo para competir con Podemos acabó acercándose tanto que han acabado juntos, sin posibilidad de que el partido socialista pueda ahora establecer alianzas alternativas. El aparato del PSOE en sus distintas federaciones fue presa del calentamiento de sus bases, airadas por las medidas anticrisis, entusiastas del discurso podemita, más vivo y genuino a su parecer. Lo que ha tenido un efecto devastador añadido. El miedo a las bases, a los militantes, a los votantes, a los lectores o a los oyentes, ha acabado con la posibilidad de discrepancia interna. La izquierda ha unificado su discurso, en todos los órdenes, radicalizándolo. Se nota dramáticamente en la prensa progresista (ejemplo, el grupo Prisa): la presión de lectores beligerantes, el riesgo de ser señalados como equidistantes, del desposicionamiento mientras compiten con nuevos medios digitales, les empuja a otras lindes.

La pregunta clave ahora es si la derecha también puede podemizarse. Podemizarse es elevar la violencia retórica extremista contra el adversario, son los insultos, legitimar los escraches al contrario, militarizar las redes sociales y utilizarlas para coaccionar, minimizar las corruptelas propias, arropar a tus sinvergüenzas, vetar a medios de comunicación o periodistas no afines, frivolizar con las agresiones, deslegitimar la pluralidad informativa y obligar a que se encuadren a favor o en contra, manipular emocionalmente a las masas, fabricar noticias falsas a conciencia y en último término podemizar es deshumanizar al contrincante. Es decir, instalarse en prácticas incompatibles con la convivencia. La pregunta clave es si la derecha va a ser capaz de no imitar a Podemos. Si va a ser capaz de combatir a Podemos y vencerlo sin usar las armas de Podemos, porque no son armas democráticas. PP y lo poco que queda de Cs están lejos de ese riesgo, pero Vox va a poder demostrar en los próximos tiempos si es un partido solvente, confiable, o una corriente demagoga incapaz de encajar la crítica. El principal reto de Vox es probar que no es el Podemos de derechas. El límite, como dice Merkel, es el odio. Pablo Iglesias insiste en llevarnos de nuevo a 1936, al guerracivilismo, resulta esquizofrénico, pretende jugar de nuevo aquel partido, cambiar el resultado (como si fuera fútbol). Es peligroso. Ramón Palomar lo apuntó ayer: «en algún momento alguien soltará un bofetón». Cuidado, en democracia las formas son fundamentales, es importante lo que defiendes y es también importante cómo lo defiendes; los usos. La izquierda ha caído sometida al populismo, la obligación de la derecha es sortear esa tentación.

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