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Siendo niño, década de los 80, recuerdo que las llamadas de teléfono no tenían nada que ver con las de ahora. No existían aquellos botones de números, ni tan siquiera los aparatos inalámbricos, y había que girar la ruedecilla hasta seis veces para marcar el número si era llamada local y con prefijo si era a otra provincia. Aún recuerdo el teléfono de mi casa, el 52-25-76. La tarifa corría por el tiempo consumido, por lo que permanecer en conversaciones largas o sin sentido era una extravagancia. Los periódicos tenían una influencia mucho más poderosa que la caja tonta y la información, en general, fluía de otra forma como cuando Napoleón se metía un lechazo bien regado con buen vino: con calma, gusto, sin prisa y disfrute. Otros sentimientos.
No estábamos sometidos a la sobreinformación actual y la vida transcurría a través de un par de canales de tele, un par de periódicos y unas pocas emisoras de radio. Afirmaría que la menor cantidad de información dio mucho bienestar a esas generaciones, sin llegar al punto de que «la ignorancia da la felicidad».
Hoy en día nos invade la desorientación ya que el modelo de consumo de información del siglo XXI nos ha traído cosas buenas pero mucha tontería. La información se mezcla con noticias y con redes sociales en las que cualquier chiquilicuatre con seguidores en su perfil, se proclama líder de opinión. Una foto, un video captado por un móvil y subido a la web, es susceptible de encumbrar o arruinar a cualquiera, sea famoso o no. Estas 'modernidades' provocan indefinición o falta de valentía en la toma de decisiones por el miedo a ser fusilado mediáticamente. Dígame entonces, si no es de tontos anhelar una vacuna hace un año y ahora que ya la tenemos disponible, que estemos con que si suspendemos o no la vacunación.
En la década de los ochenta sería impensable suspender una vacuna por 6 reacciones adversas entre 6 millones de pacientes como así ha sucedido. Primero porque la información no habría llegado y segundo porque los medios no hubieran inoculado el miedo a la población de manera desproporcionada. Si la información es poder ¿quién no asegura que entre las mismas farmacéuticas se acusen con publicaciones para devaluar a su competencia y así colocar en los gobiernos su vacuna?
Tiene cierta ironía que, con la avalancha de información del coronavirus, las vacunas y sus consecuencias, nadie nos haya explicado al detalle el mar de fondo de intereses que esconden las compañías farmacéuticas. Porque las pandemias causan muchos muertos pero mueven muchos euros.
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