Secciones
Servicios
Destacamos
La casa tenía un amplio corral, como casi todas las casas de los pueblos de la huerta; a la izquierda quedaba el gallinero, cerrado con ... típica malla exagonal de gallinero; a la derecha estaban la cuadra para el 'haca' y la 'porxá' que cubría el carro, y al fondo de todo se situaba la porcatera.
Cuando los niños de la calle íbamos a ver cómo daban de comer a los cerdos del tío Arturo y a explorar las evoluciones de los mamoncetes, ya no había hambre ni cartillas de racionamiento, pero no quedaban lejos, estaba en la memoria del vecindario, de la familia, y formaba parte de la advertencia transmitida a diario con aquello de «cómetelo todo, que no quede nada», o lo otro: «¿sabes a cómo me ha costado ese filete de ternera?, ¡como para que le hagas ascos ahora; que no quede ni pizca en el plato, y si no, lo tendrás para el desayuno».
No quedaba nada, claro. Por si acaso. Y porque la memoria histórica estaba fresca. Ya no había escasez de comida, pero tampoco excesiva abundancia para elegir. Ni se podía imaginar todavía un futuro de opulencia y despilfarro. Tampoco cabía disquisiciones sobre ganadería extensiva o intensiva, mucho menos sobre maltrato animal. Los animales se mimaban porque equivalían a dinero y alimento. Unos para trabajar, otros para comer, o para venderlos y tener para comer, vestir y todo lo demás. No mucho más, al margen de lo estrictamente necesario y algún pequeño extra al alcance de bolsillos estrechos de posibles.
En las pocilgas, los cerdos se apiñaban con la intensidad que obligaba el espacio escaso y el mimo que procuraba evitar bajas para no perder rendimiento. Como ahora, pero sin la evolución tecnológica del momento.
Acabada la guerra civil, en casa de los abuelos maternos se pusieron a engordar un cerdo. En los pueblos era rara la casa en la que no criaban algo para poder comer carne alguna vez a la semana. Como mínimo, gallinas ponedoras y algún conejo. El pollo, tan económico hoy, era artículo de lujo, manjar para los pocos días de gran fiesta.
Aquel cerdo fue 'bautizado' como Pepe y le cogieron cariño, niños y mayores. Engordó con las sobras de la cocina, que no eran sobras como las de hoy, sino lo que no era humanamente comestible: mondas de patatas, cortezas de naranjas o melones, restos de cosechas no aprovechables... El animal era como una hucha andante que rendiría cuentas al final de sus días, con la matanza para cundir en invierno. Así que le lloraron cuando fue convertido en chorizos, lomos y jamones... contra el hambre de la posguerra. Había que salir a flote y repetían el dicho: «para vivir unos, han de morir otros».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Marc Anthony actuará en Simancas el 18 de julio
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.