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De todas las frases que el pasado viernes pronunció el president Ximo Puig en su visita a la Albufera, para mostrar sus propósitos de salvar el lago, es de destacar ésta: «Hay que hacer todo lo posible para que tenga todas las oportunidades». Todo es todo, pero ¿de verdad pensaba en todo lo que es posible? No es cierto, porque lo primero que necesita la Albufera es agua limpia y en cantidad, y el señor presidente tiene que decir de dónde la piensa sacar. No basta con citar eso de «un pacto...» Un pacto ¿entre quiénes, de qué y para qué? Si lo que hay es sed, lo que se precisa es agua, no un pacto. Queda bien para cautivar, para entretener, pero no se resuelve el asunto. Y el señor presidente sabe que el asunto viene de lejos; reconoció la necesidad de «atajar el deterioro», y eso se hace con dinero, y desde luego con agua. Pero la Generalitat que preside renunció a reclamar un poco del agua que les sobra a otros, se conformó con que nos apañemos con la escasez, y de ahí vienen todas las agujas de marear. Se ha renunciado a aumentar la agricultura de regadío. Se condena al secano a seguir de secano, con lo cual se acepta perder capacidad de producción, de riqueza y de empleo, pero a la vez se habla de modernizar la agricultura, de que el campo tiene futuro, de que se está contra el despoblamiento de comarcas que no tienen agua para regar, y por eso se va la gente. Se acepta que el resto de España aumente regadíos y que nosotros reduzcamos. Y luego se asegura que se hará «todo lo que sea posible». ¿Ah, sí?» ¿Y de dónde saldrá el agua para salvar la Albufera? ¿En qué pueblos tendrán que resignarse a regar menos? Porque si recurre al señor Timmermans, como anuncia, aún resulta más preocupante: hace poco nos conminó a producir más con menos agua. Ni siquiera anuncian obras de depuración total y reutilización de las aguas residuales.
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