Directo Sigue el minuto a minuto del superdomingo fallero

En medio del túnel, esperando al Metro, caigo en la cuenta de que no llevo mascarilla, rodeado de gente con mascarilla. Con sobresalto y vergüenza, ... rebusco en los bolsillos, sin encontrarla. Seguro que la llevaba, pero a saber dónde la habré perdido. ¿Qué hago, adónde recurrir aquí abajo?

Publicidad

Llega el tren. Mientras sigo buscando, recojo precipitadamente lo que llevaba entre manos y me dirijo hacia la puerta abierta, pensando con torpeza: al menos me taparé ridículamente la boca y la nariz con el pañuelo. Menudo aprieto.

Apenas he dado dos pasos dentro del vagón cuando noto que alguien me toca la espalda y dice: «oiga, que se ha dejado el...» Me giro, es un chico negro que me está dando mi teléfono móvil, que se había quedado en el banco de piedra, donde buscaba entre los bolsillos. No me da tiempo más que a darle unas gracias apresuradas mientras suena el claxon, el metro va a arrancar, el chico tiene el tiempo justo de desandar el paso que ha dado dentro del tren, cruzamos una sonrisa mientras su brazo sale, las puertas se cierran, le hago señas agradecidas a través del cristal... Vaya momento... Menos mal...

Te traen el móvil que habías olvidado, te sacan de apuros con la mascarilla y te invitan a café... vaya racha

Y a todo esto sigo sin mascarilla. ¡Qué va! Una chica ha abierto su bolso, saca una y me la ofrece, diciendo: «Tenga, es nueva, está sin gastar». Uff, qué suerte, una detrás de otra. Le doy mil gracias y aún apostilla: «No tiene importancia, le puede pasar a cualquiera». No ha terminado la cadena afortunada. Un señor se aproxima y me avisa: «Lleva la luz de la linterna del teléfono encendida; se ve a través de la tela del pantalón». Caray, muchas gracias, qué atentos.

Publicidad

Al salir en la estación de destino veo un bar enfrente y entro a tomar un café con leche; la leche sin calentar, por favor. La chica que está en la barra atiende varias cosas a la vez y pone dos cortados, uno descafeinado, para dos señores que están sentados detrás de mí. Mientras aguardo dejo unas monedas en la barra y me ofrezco a pasar los dos cortados a dichos clientes, que se alegran del gesto. Uno de ellos se levanta, deja un billete en la barra y le dice a la camarera: «Cóbrese lo de los tres». Pero, hombre, no es preciso. Que sí, que sí. Muchas gracias, muy amable.

Para que luego vayamos con prejuicios al uso. Un chico con apariencia de inmigrante no te quita el móvil, sino que es quien te lo devuelve cuando lo pierdes; una mujer no te recrimina que no lleves mascarilla, sino que te da una para salvar tu apuro; un hombre te avisa de que llevas la luz encendida, para que no agotes la batería, y otro que tampoco conocías te invita a café porque sí. Albricias, hay gente buena y queda margen para la esperanza. Vaya secuencia aleccionadora en media hora.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias al mejor precio: 3 meses por 1€

Publicidad