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A los clásicos se lo perdonamos todo. El mimado Seat 600 que va a su ritmo por una carretera Nacional, la carga hipercalórica del guisado de cuchara en pleno mes de agosto en un pueblo de Asturias, la interminable caravana en la carretera de El Saler para llegar a comer un domingo a El Palmar... Sin embargo, ha dejado de ser habitual esta condescendencia con otros fenómenos más universales como el cine, siendo un fregao especialmente atractivo para los quisquillosos más ociosos. Está claro que los tiempos cambian y resulta hoy extraño lo que antes pasaba desapercibido. Los de una generación se ríen de que los más jóvenes no sepan marcar en un teléfono de rueda, igual que a sus padres les parecía increíble que sus hijos no fueran capaces de escribir a máquina sin usar corrector o antes Paco Martínez Soria satirizara a los treintañeros de los años 60 en 'La ciudad no es para mí'.
Por cierto, que esa película tan de Cine de Barrio es un curioso puente entre la alta cultura y la popular, ya que es una adaptación de una obra de teatro firmada por un tal Fernando Ángel Lozano, que en realidad es el pseudónimo del filólogo y director de la Real Academia Española Fernando Lázaro Carreter. Pero eso es otra historia, que ya me estáis liando y me salgo del tema.
Los que se quejan de todo por figurar, por incultura o, simplemente, por no hacer el esfuerzo de situarse en el contexto en el que se hizo una obra pueden decir sandeces de lo más variadas. Una de las más recientes y llamativas es la queja de una guionista británica que cargaba contra la serie 'Chernobyl', que relata la explosión de la central nuclear y el proceso político judicial posterior. La chica se sentía cargada de razón cuando lamentaba la ausencia de personajes negros en la trama. Su justificación se basaba en que, si la serie no estaba grabada en ruso o ucraniano, qué más daba que el investigador designado por Gorbachov fuera afroamericano. No soy de los que se ponen puntillosos con las licencias narrativas que se toman muchas películas, pero creo que la verosimilitud es necesaria y, afortunadamente para los tres agentes cubanos de la KGB en formación y los cinco o seis estudiantes de Senegal que pudiera haber en toda la URSS en 1986 ninguno estaba en las inmediaciones de la actual zona de exclusión de Prípiat.
Sin embargo, la idea de querer cambiar las leyes de la lógica y la realidad para hacer que el universo quepa en nuestros prejuicios es muy tentadora y, para algunos, inevitable. Sin embargo, las cosas no cambian porque queramos que cambien y menos aún porque ordenemos que cambien, ya sea los hábitos de consumo de la gente o la necesaria ampliación norte del Puerto.
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