Nunca he ganado ningún premio así que no sé qué se siente al estar en esa tesitura. Desconozco si a uno le invade el temor de no ser merecedor, si fortalece el ego, si es sencillo que no se te suba a la cabeza. Como ... digo no he tenido oportunidad de vivir algo semejante, así que no puedo opinar con propiedad. Pero sí he formado parte de jurados que han decidido que otros ganasen. Y reconozco que es una experiencia muy gratificante. Da mucho placer ostentar ese poder, estar en esa posición privilegiada, tener la oportunidad de señalar a alguien y hacerlo feliz.
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Elegir al mejor no es una labor sencilla, eso sí. Porque el mejor no existe. Por ello las motivaciones a la hora de seleccionar a un premiado por delante de otro deben ser otras. Recompensar, enmendar, reconocer, destacar, poner en valor. Esas son razones excelentes para decidir que alguien obtenga un galardón. El premio ha de tener un fin. Estar en un jurado te otorga una responsabilidad y una superioridad que se tiene que administrar correctamente. Así es más satisfactorio para todos, para los que lo reciben, para los que lo conceden y para los que se quedan fuera del palmarés. También hay que pensar en estos, para que no se frustren ni saquen conclusiones equivocadas.
Es un ejercicio bello observar al condecorado momentos antes de que conozca el veredicto y pensar que, de alguna manera, le vas a dar una alegría, le vas a hacer sentirse único, le vas a reafirmar. Hay premios que incluso cambian vidas. Sea como sea, lo bonito de un premio es que no deje impasible, que concite aplausos, que provoque repercusiones. Que mueva. Que emocione. Cuando eso pasa es que se ha dado con coherencia. Al menos esa es la sensación que he recibido cuando me ha tocado estar a ese lado del ring.
Premiar hace ilusión. Supongo que es parecido a regalar. ¿Qué prefieres, regalar o que te regalen? A veces cuesta elegir. Si un regalo está bien hecho -esto es, que se ha meditado, que se ha escogido con mimo, que se ha pensado en la reacción que iba a causar- se nota enseguida. Por cómo es recibido, por los gestos delatores, por la forma en que se guarda. Eso se palpa. Si las señales son claras el que regala puede estar seguro de que ha acertado. Y eso satisface el doble.
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Para regalar bien- igual que para premiar bien- hay que ponerse en el lugar del otro, no primar los intereses de uno mismo y valorar los del seleccionado, ser consciente de que el importante siempre es el remitente y no el emisario. El premiado y el regalado son los protagonistas y nadie les ha de robar relevancia Con esa premisa es probable que se acierte. Qué gusto da acertar, qué buen sabor queda cuando ese esfuerzo compensa, qué agradable es que se alineen los astros para que los premios y los regalos recaigan en los que realmente los merecen.
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