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La venta del Valencia sonaba como los chistes clásicos, los de «un español, un francés y un alemán van a saltar de un avión...». Un chino, un ruso, un americano y un singapurés quieren comprar un club de fútbol arruinado y con un estadio a medio terminar. Aquellos chistes solían no tener mucha gracia. El del Valencia no ha tenido niguna. Ahora todo el mundo asegura que se veía venir, que Cerberus mucho mejor, dónde va a parar, que nos tocó el chino malo (Lim) en lugar del bueno (Wanda) y que a lo mejor hasta el ruso hubiera sido preferible. Pero a mí todo esto me suena a presentismo histórico, a ese defecto que consiste en juzgar con los elementos de hoy los sucesos de ayer. Cuando en realidad todos sabemos que el Valencia CF que conocimos murió en 1992, cuando fue obligado a convertirse en sociedad anónima.
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