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Ciberché nos informa esta semana de una efeméride muy significativa en la historia del Valencia: el cambio de presidencia en enero de 1959, motivado por la salida del club, tras casi dos décadas de permanencia en el cargo, de Luis Casanova. La decisión del mandatario, ... tomada con carácter irrevocable tras la complicación de sus asuntos profesionales, venía a cerrar la primera Edad de Oro del club, coronada por tres Ligas, tres Copas, una Copa Eva Duarte y un imponente estadio, el Gran Mestalla, edificado gracias, en gran medida, a las aportaciones de los socios.
Un respetado patricio. Vicente Iborra Gil, vicepresidente en la última junta de Casanova, fue el directivo designado por la Federación Valenciana para ocupar la dirección de la entidad. A pesar de no ser hombre de deporte («de fútbol decía que solo sabía que el balón era redondo y bien poco más», escribe Jaime Hernández Perpiñá), su prestigio quedaba fuera de toda duda: empresario agrícola de importancia y militante del republicanismo blasquista antes de la guerra, había ocupado, durante la República, la Dirección General de Comercio y Política Arancelaria. En febrero de 1936 formó parte de la candidatura del agonizante PURA en las elecciones a Cortes junto a tres compañeros -Gerardo Carerres, Pascual Martínez Sala y Ángel Puig- que serían asesinados meses después por las turbas, un infame episodio rememorado por Miquel Nadal en su espléndida novela 'Càndid'. Iborra sorteó la muerte aunque no pudo evitar la cárcel. Tras la contienda rehizo su fortuna y, entre muchos honores, fue designado consejero del Banco de Valencia y presidente del Ateneo.
Una directiva ejemplar. «El gran empresario», prosigue Hernández Perpiñá, «hombre trabajador y de superconocida eficiencia, inteligentemente estimaba, y era verdad, que los técnicos estaban para saber de fútbol, y los directivos, para administrar el club. Fue, pues, un hombre que trabajó y dejó trabajar». Efectivamente, Iborra se rodeó de un innovador equipo en el que destacaban su vicepresidente Julio de Miguel, su secretario general, Vicente Peris, y directivos de gran nivel y con visión de futuro como Manuel Belloch, José Cano Coloma, Enrique Villalonga, Manuel Sala o Rodolfo Bacharach, entre muchos otros. Un grupo de lujo para transformar al Valencia en plena era del desarrollismo.
Un legado brillante. Los logros de Iborra y su junta merecerían ser grabados con letras de oro. Durante la breve presidencia del empresario (59-61) el Valencia no solo consiguió regularizar su situación económica, harto dañada tras la doble reforma de Mestalla (la última, tras la riada), sino que fue más allá: instaló la iluminación artificial en el estadio, reactivó las secciones deportivas, organizó el brillante homenaje a Puchades, instauró el Trofeo Naranja, inició el camino para integrar al club en la Copa de Ferias y reanudó de manera efectiva las relaciones con el exilio mexicano. Un extraordinario legado que habla a las claras de la eficacia de aquel hombre discreto y trabajador.
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