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Se va cerrando el ciclo del año de luto que sufrimos por culpa del coronavirus. En Valencia lo iniciamos con la 'no celebración' de las Fallas para seguir mes a mes con la cancelación o adaptación de nuestras costumbres más arraigadas. Hemos tenido una primera vez para todo en nuestra 'nueva vida', incluso para la Navidad. Llegan fechas con una carga emocional tremenda, tanto para creyentes como para no creyentes, que van a necesitar de una gestión delicada por parte del gobierno para que no se vengan abajo los ánimos de la 'tropa'. Aún no sabemos si ordenarán la posibilidad de trasladarnos a ver a nuestros parientes lejanos o si podremos compartir la Nochebuena con familiares de otra comunidad autónoma. El Gobierno ya ha lanzado el primer globo sonda con el planteamiento de retrasar una hora el toque de queda en los días señalados y con seis personas como máximo para compartir mesa y mantel. Es decir que, yo puedo ir al cine, subir al bus o al metro, compartir mesa en un restaurante donde hay más personas, pero no puedo celebrar la Navidad en mi casa con mis padres.
La palpable descoordinación y falta de coherencia del Gobierno, ha provocado que la población agote la poca paciencia que le queda. Conozco el caso de una trabajadora que tiene a los padres en Asturias y ya se ha comprado los billetes para viajar. Otro caso, el de una funcionaria del Ayuntamiento que tiene el total convencimiento de viajar a Pamplona para disfrutar estas fechas con su familia. Ambas desconocen si la ley se lo permitirá o no, pero en cualquier caso me trasladan que, a estas alturas y como vulgarmente se dice, se la trae al pairo.
Seguimos con la dicotomía de si debemos preservar la salud o el trabajo y ahora se suma el plano afectivo que suponen las fechas de Navidad. Vamos camino del año de luto, somos humanos y necesitamos un pequeño chute de cariño, de conversación, de miradas cómplices aunque sean sin abrazos, de abrir una botella de vino para juntar nuestras copas, de contar y llorar nuestras penas, de reír con las situaciones tan marcianas que a veces nos ha tocado pasar, aunque sea con mascarilla, intuyendo que detrás de ella se esboza una sonrisa.
La sociedad en su conjunto no es tan irresponsable como piensa el Gobierno, porque podemos y somos capaces de lograr lo imposible si quienes nos dirigen saben hacerlo mejor. En sus manos está tomar decisiones que hundan el espíritu de nuestra primera Navidad o dejarnos un margen de libertad para ser felices, pero responsables sin perder de vista al bicho.
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