Urgente Gan Pampols estima que la reconstrucción puede estar lista en el primer aniversario de la dana

Si le preguntaran a uno, diría que la primera víctima del Botànic II es la cordura, pero si nos sujetamos estrictamente a los hechos políticos y su análisis, orillando las valoraciones ideológicas, como poco cabe mantener que la primera víctima del nuevo Botànic es la coherencia discursiva en materia financiera. Han pinchado. El consell de Puig y Oltra, según ese símil cursi tan manoseado, se ha quedado sin relato con el asunto de los dineros públicos, y ese asunto era casi la clave de bóveda de todo su entramado. Quedarse sin discurso hoy día es como quedarse sin gasolina en mitad del viaje, obliga a pararte en el arcén hasta que encuentras uno nuevo, y en general cuesta encontrar un proveedor de discursos exitosos. Le pasó al PPCV; durante el zaplanismo inventó el icono de la 'Valencia imparable' y no cambió de modelo hasta que quedó inhabilitado por la 'Valencia corrupta'. Muchos años después de perder el poder, los populares valencianos todavía no han encontrado otro combustible con el que volver a competir en la carretera. El relato gubernativo de Puig y Oltra una vez tomados los palacios fue «Mariano Rajoy nos maltrata», reiterado hasta la saciedad, hasta el punto de que el Consell logró llevar a cabo una manifestación contra Rajoy y la infrafinanciación valenciana en la que participaron todas las entidades públicas y privadas que viven y beben del dinero que la Generalitat graciosamente les reparte cada año; unos participaron por convicción, otros por confusión y los más por seguir esa costumbre hispánica de remar a favor de la corriente dominante, o sea, del que manda.

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Pasó lo de siempre. Contra Rajoy se vivía mejor. Pero una sorpresiva moción de censura desalojó al líder del PP de la Moncloa y todo cambió de golpe. Compromís y el PSPV se quedaron sin enemigo exterior, sin ese «Madrid nos roba» que iba calando como una lluvia tonta por todas partes. De Montoro y Montero se puede decir aquello de los Reyes Católicos (con perdón), tanto monta, monta tanto... La Airef, de acreditada independencia, saca los colores al Consell por su gasto desbocado, y además le saca 1.100 millones de gasto no presupuestado que nos tenían oculto y 1.200 millones de facturas guardadas en los cajones. ¿Por qué será que esto nos suena a los tiempos en los que la izquierda hacía oposición con descubrimientos similares? El Gobierno ahora lleva el sello socialista, pero Hacienda está siendo tan ortodoxa o más que antes, advirtiendo al ejecutivo valenciano de que puede frenar las transferencias o incluso ser intervenido si continúa con su laxitud contable. ¿Se van a atrever Puig o Vicent Soler a proclamar que Pedro Sánchez nos maltrata? La pregunta se responde sola.

El Gobierno actúa igual en lo básico respecto a la Comunitat Valenciana, antes y ahora, pero el consell botánico ya no puede reaccionar con los mismos argumentos; se ha quedado sin escudo. Pronto, muy pronto, será el PPCV de Bonig el que retome este arma partidista y electoral para echárselo en la cara a los socialistas, portando de nuevo la bandera del victimismo. Este es un reproche político que no hace más que pasar de unas siglas a otras, según conviene en cada momento. El FLA, la vía por la que se ha evitado que la Generalitat anunciara la bancarrota en los años más crudos de la crisis, por lo visto ya no es un sistema para hacer chantaje a la Comunitat, como se repetía, ya no, así que en algún momento tocará hacer algún guiño a su inventor, Cristobal Montoro, porque al menos el FLA ha servido para abonar las nóminas de los médicos y los profesores y para atender el pago de las farmacias y de los contratistas.

Las líneas maestras de Soler llevan un año en un callejón sin salida por el brusco cambio de escenario en Madrid

Si toca personificar esa falta de coherencia discursiva, la víctima es sin duda el conseller de Hacienda, Vicent Soler. Un académico del que se daba por hecho su retirada de la actividad pública y que al final se queda en el puesto, porque pasa lo de siempre, que la política es muy desagradecida dicen, pero nadie quiere irse por propia voluntad. Nadie. Las líneas maestras de Soler llevan un año en un callejón sin salida, por el brusco cambio de escenario en Madrid, porque no puede mantener las afrentas con el mismo grado de tensión que antes. Ha pasado de ser un luchador entusiasta, locuaz e infatigable contra todo lo que salía de la M30 a convertirse en un cooperador indulgente que cree en las buenas intenciones de la otra parte para mejorar los bolsillos de los valencianos. Esto también lo sabe Puig, pero Soler supone para el President una garantía para mantener las reservas internas de la hacienda más o menos ordenadas ante el afán por gastar más y con atropello de sus socios de gobierno. Soler es como poco un aval de que los minoritarios no expoliarán con desenfreno la caja de caudales, lo que acabaría con el crédito externo del gobierno autonómico, aparte de volver otra vez inviable la administración. Esto Soler ha demostrado que sabe hacerlo; ya en el pasado tuvo enormes disputas con la vicepresidenta Oltra, aunque la discreción del titular de Hacienda evitó que el humo asomara por las ventanas.

Lejos de seguir las directrices ministeriales, la negociación del nuevo Consell ha dado lugar a unas políticas que todavía se alejan más de los avisos y advertencias gubernamentales. En definitiva, el ejecutivo de la multiizquierda ha decretado el fin de la austeridad. Por lo visto, ya podemos permitirnos ciertas alegrías. Empezando por el que tiene la potestad de repartir, por supuesto. Nuevas consellerías, un 30% más de secretarios autonómicos, veinte nuevos asesores hasta acercarse a la cifra del centenar y la llegada de numerosos y curiosos organismos públicos. (Ojalá no pase como en Andalucía, donde los socialistas llegaron más lejos que nadie: crearon una 'Agencia de Instituciones Culturales' con casi quinientos empleados y 24 millones de euros de presupuesto anual, de los que sólo se dedican un millón a las instituciones culturales, lo demás va para las nóminas y los gastos generales de la propia agencia). Asegura Puig que estos gastos sobrevenidos «no son un problema para la economía». Es una forma de verlo, claro, puede ser un problema relativo, pero revela una forma de entender la asignación de los recursos públicos. En efecto, problema gordo es que las empresas valencianas no estén creando empleo y que los únicos puestos de trabajo nuevos son los que surgen a partir de las decisiones de Puig, de los alcaldes y de otros políticos; empleo público y funcionarial. Es un problema porque también esos nuevos puestos de trabajo tendremos que sostenerlos los demás.

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