Urgente Mazón anuncia un acuerdo con Vox para aprobar los presupuestos de la Generalitat de 2025

Es completamente opinable si los altos cargos están bien o mal pagados, o los diputados. O si los parlamentarios deberían cobrar algún tipo de prestación ... tras finalizar una actividad que, ciertamente, tiene notables inconvenientes. Por ejemplo, que significarse políticamente cierra muchas puertas profesionales. O que sus cuentas bancarias son miradas con tanta sospecha que es habitual que sufran bloqueos arbitrarios por parte de las entidades financieras por el simple hecho de haber sido cargos públicos. Todo eso es, por tanto, opinable. Lo que es indiscutible es que el modo en que los grupos parlamentarios intentan cambiar las condiciones laborales de sus diputados, o sea, de ellos mismos, es absolutamente misérrimo.

Publicidad

Es despreciable porque lo hacen desde la ocultación alevosa de esas reuniones, y con la hipocresía propia del pillastre que tiene la percepción de que sisa pero lo niega con la impunidad del que sabe que no será sancionado. Asistir al espectáculo bochornoso del modo en que los diputados justifican el secretismo para no dar cuentas de cuánto dinero pretenden cobrar, cuál será su salario y sus suplementos, si recibirán una indemnización y quién se la debe pagar, te desapega de la actividad política. Como remate, mientras por una puerta echan a sus propios empleados para dar entrada a otros más baratos de despedir (y me refiero a grupos parlamentarios que se dicen progresistas), por otra acomodan a enchufados como asesores para pagar servicios políticos prestados. Se juntan distintas miserias en este tipo de asuntos. La más reprobable es el sistemático secreto con el que se pretenden despachar estos temas. Escudándose, además, en normas que los propios diputados se dan a sí mismos, pero señalándolas como caídas del cielo. Los vendedores de crecepelo del Mississipi empleaban un argumentario más sólido. El colmo es el cinismo que exhiben aquellos diputados que tienen el cuajo de poner en cuestión la opacidad de sus debates porque los periodistas consiguen enterarse de los mismos. El colofón es cuando, además, pretenden rectificarte en virtud de su propia versión, que consideran más objetiva que otras, nacidas todas bajo el mismo fango en el que sus señorías se ocultan para cuadrar las cuentas de sus grupos parlamentarios o apañarse indemnizaciones. Después de clamar durante una década por la transparencia, observar que en Les Corts se mantiene en secreto la comisión donde se debate cómo gastar el dinero público que acaba en sus bolsillos y en los de sus partidos es indefendible. Y esa, ese secretismo, es una herencia que se trasladará a la próxima legislatura. Les felicito.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias: 3 meses por 1€

Publicidad