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La danza está presente en nuestra sociedad desde que surgieron las primeras culturas, como una forma de sociabilizar, y así se ha mantenido, con diferentes variantes, hasta la actualidad. Porque bailar nos libera del estrés, nos genera alegría, nos suelta las endorfinas, esas hormonas vinculadas al placer. Por eso en muchos lugares -como Arabia Saudí o Irán- se considera indecente hacerlo en público y puede tener consecuencias legales graves.
Cuando este fin de semana se anunció que los locales de ocio y las discotecas podrán volver a abrir sus puertas en España pero que deberán hacerlo sin pista de baile no pude evitar pensar en 'Footlose', la película de los ochenta de Herbert Ross, protagonizada por Kevin Bacon y Lori Singer, en la que el Ayuntamiento de una localidad estadounidense prohibe el baile y la música rock después de que varios jóvenes mueran en un accidente al volver de una fiesta. El reverendo del lugar se encarga, a través de sus soflamas, de alertar de los peligros morales que conllevan estas prácticas y de prevenir a las familias de los problemas derivados que afectan a los más jóvenes.
Aunque nos resulte llamativo el baile ha sido puesto en cuarentena en no pocos lugares y casi siempre se ha hecho porque se cree que causa efectos 'nocivos' en el comportamiento humano. En algunas ciudades de Japón hasta hace unos pocos años estaba prohibido bailar en bares y discotecas a partir de medianoche, por una normativa aprobada en 1948 en plena posguerra con la que se pretendía controlar la prostitución y que tardó en ser revocada. En Alemania también existen ciertos días al año en que bailar se castiga como delito. El Tanzverbot se aplica en algunas zonas por motivos religiosos en jornadas señaladas (como Semana Santa) en que no se ve apropiado realizar estas actividades.
Soy consciente de que la restricción en nuestro país no se debe a ninguno de estos motivos y solamente trata de prevenir futuros brotes de coronavirus, pero no deja de ser curioso que las mayores limitaciones en la nueva normalidad estén relacionadas con el ocio. Las salas de conciertos, los teatros y los cines, por ejemplo, tendrán que adaptarse y únicamente podrán recibir a un tercio de su aforo. Con ello se asegurará cierta distancia entre los asistentes y provocará una menor comunión de todos ellos en momentos en que se encuentran relajados y en ámbitos distendidos. A esa medida se una ahora la de las discotecas. Sin embargo, en aquellos espacios a los que acudimos con otro ánimo -los trenes, los metros, los autobuses-, porque los usamos para rutinas laborales principalmente, iremos apelotonados y sin necesidad de mantenernos separados. Quizá deberíamos reflexionar sobre ello.
Mientras tanto nos tocará esperar para volver a compartir un baile, una canción, una película, tres de los mayores placeres que conozco.
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