
Pronto otro Solbes volverá a engañarnos
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Toca votar, cuestión de meses. En algún momento, el gobierno de Pedro Sánchez convocará a las urnas y será una pelea a cara o cruz, determinante e imprevisible, entre blancos o negros, sin opción de grises intermedios. Estamos viendo reeditado en su estadio inicial, pero paso a paso, la campaña de 2008, cuando la crisis económica había mordido ya nuestras canillas mientras que el zapaterismo negaba la mayor, con una sonrisa impostada, haciéndonos ver que lo que acosaba nuestro bienestar era apenas un perrillo faldero con ganas de molestar pero sin peligro. El caniche resultó ser un cocodrilo: alcanzamos los seis millones de parados, la prima de riesgo subió a 600 puntos y España estuvo a punto de ser intervenida para garantizar los servicios básicos. Zapatero provocó el pánico de medio mundo, recibiendo llamadas y presiones de Obama, el primer ministro chino y la mitad de los dirigentes de la UE. Eso fue lo que pasó. Y eso fue lo que negó poco antes el vicepresidente Solbes en su famoso debate televisivo con el inexperto Manuel Pizarro. El candidato de la derecha advirtió de todo lo que se nos venía encima, el vocero gubernamental lo desacreditó por «catastrofista» y ganó el debate («el PP habla de recesión, resulta un poco molesto, nada más alejado de la realidad»). Solbes ganó aquel debate de 2008 y los españoles lo perdieron; eso sí, contentos de que lo hubiera ganado el ministro socialista, porque era más cómodo creer que tenía razón, aunque los datos lo desmintieran. La verdad estaba del lado de Pizarro y Solbes, seis años después, mientras presentaba su libro de memorias, tuvo que reconocerlo, aparte de desvelar su impostura, al admitir que en privado advertía a Zapatero de los mismos peligros que Pizarro denunciaba en público. Para Zapatero lo importante no era la verdad que secretamente le transmitía el ministro («es evidente que atravesamos una profunda recesión»), sino que su lugarteniente había cumplido en el pulso con Pizarro. Se ufanaba ZP: «le ha ganado de calle y con un solo ojo, ¡le basta un solo ojo!». Cierto y sintomático, el vicepresidente económico apareció por las pantallas con la vista desparejada, un ojo a la virulé; todavía no sabemos si por haber somatizado las mentiras que le tocaba soltar o acaso como guiño cómplice a la audiencia para que no tomara en serio las palabras de un debate electoral.
El asunto es que pronto alguien del equipo de Pedro Sánchez tendrá que hacer de Pedro Solbes en un debate televisivo y se verá obligado a engañarnos con descaro. Falta ponerle nombre. Desde luego, la titular de Hacienda puede hacerlo con desenvoltura, después de demostrar que el rigor presupuestario no es lo suyo: «eso es poco, chiqui, eso es poco; pasarse en un presupuesto es fácil, ¿vale?». La afirmación atropellada de María Jesús Montero da pavor, porque denota una falta de respeto enorme por el sudor ajeno, del que salen los impuestos, por el trabajo de cada cual y el dinero que es capaz de obtener y entregar a la colectividad. Denota algo terrible, que para la izquierda lo importante es gastar, sin preocuparse de cuadrar. En términos de supervivencia orgánica, perverso. Nadie puede salir adelante si no es capaz tanto de obtener unos ingresos reales como buscarles destino posterior. Pero en política económica a la izquierda se la sigue juzgando por sus intenciones y no por sus resultados.
Estamos repitiendo paso a paso la secuencia de 2008. Entonces con la crisis en la puerta de casa y necesitados de medidas drásticas para fortificarnos, el gobierno socialista decidió emprender una política de gasto superfluo para incentivar el consumo, también como ardid electoral. Venció en las urnas, en parte porque durante un tiempo fluyó más dinero en la calle, dinero tirado cuyo dispendio acentuó la recesión posterior y obligó a medidas más traumáticas dos años después. Zapatero fue culpable de negar la crisis y de retrasar lo inevitable, ahora quizá la responsabilidad de Pedro Sánchez pueda ser mayor, si es que su proyecto fiscal y presupuestario en realidad sirve no para negar sino para activar la crisis. Aparte de la volatilidad política y la voladura de los consensos sociales nacidos de la Constitución, el gobierno de Sánchez con los podemitas de Iglesias amenaza con estar incubando las bases de una potente recesión económica, acoplada además al frenazo internacional que se atisba. Todas las medidas pensadas para incentivar el gasto social y elevar el consumo privado a lo largo de 2019 durarán un telediario, el que se necesita para ganar las elecciones de mayo, pero causarán un daño tan hondo e intenso que España puede revivir en 2020 la misma hecatombe de una década antes.
¿Le importa a alguien? No parece. Todos los partidos están en modo votar. El pueblo carece de memoria en términos de gestión de lo público, sólo aprecia el presente inmediato y el gobierno sigue con sus tácticas marquetinianas pensadas para surtir de combustible a las redes sociales. Esta semana ha exagerado un supuesto magnicidio a lo Kennedy contra Sánchez de un tipejo que sobre todo era peligroso para sus vecinos. Y se ha hecho una obscena campaña publicitaria a cuenta del impuesto de las hipotecas, el mismo que no se paga en media Europa o es infinitamente más barato que aquí, el mismo que seguiremos sosteniendo los usuarios a través de las comisiones y los tipos de interés. Una campaña en la que aparenta haber dado una lección a la banca y es falso porque la banca derivará el coste a sus clientes; a la banca lo único que le preocupaba era la retroactividad y eso no se ha tocado; sus cuentas quedan a salvo del supuesto hostigamiento de la izquierda gobernante. Todo esto sólo ha servido para generar otra ilusión en la ciudadanía y ni siquiera hemos tenido un Pedro Solbes guiñándonos el ojo para advertirnos del paripé.
El presupuesto de Sánchez para 2019 plantea tal subida de impuestos a las clases medias que el frenazo posterior resulta inevitable, aparte de que ni aún así se garantiza el control del déficit público. Entretanto, el tercio de la economía que permanece sumergida, insolidaria, opaca y ajena a Hacienda, seguirá igual o peor. Para eso carecen de audacia. El golpe de realidad que nos espera será contundente. Si repetimos el comportamiento de otras épocas, el pueblo se acabará cayendo del guindo y pedirá a la derecha que salga al rescate de la economía; tarde, como siempre. Resulta sintomático que los españoles siempre llamen a la derecha a gobernar como si fuera el séptimo de caballería.
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