A propósito de Víctor
UNA PICA EN FLANDES ·
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UNA PICA EN FLANDES ·
En su última novela, 'Nadie en esta tierra', Víctor del Árbol regresa a sus temas obsesivos: la maldad, el pasado de nuestros propios huesos y la transmisión de la culpa del padre al hijo. El destino, en definitiva. Sus personajes son complejos y están cansados. Cuenta una historia policiaca de esas que podría haber protagonizado Humphrey Bogart, tal y como le habría salido a Dashiell Hammet si hubiera nacido a las afueras de la Barcelona que ha perdido la magia, la ciudad de propietarios con una abogada de okupas de alcaldesa, el terrario de reptiles nacionalistas rojos y amarillos. Se disfruta con la intensidad con que se pasa por una experiencia vital verdadera, como un polvo a deshora o el funeral de una ex. Al terminarla, yo necesité salir a dar un paseo para dejar de ver en blanco y negro y que volviera el color a mis gafas. Una de esas pocas novelas recientes que me atrevo a recomendar sin duda alguna.
Dice el mismo Víctor del Árbol que la novela negra de hoy es un «thriller» en el mal sentido de la palabra, muy pensada para su adaptación al guion cinematográfico, y que él querría devolverla al campo de la literatura. Tiene razón y no sólo por lo que toca al género negro. Ahora, la mejor forma de transmitir que un libro te ha gustado consiste en sostener que te parecía que estabas viendo una serie. Incluso se puede ir más allá e instar al interlocutor a darse prisa antes de que hagan la serie, que seguro la harán. Pero en esto también hay culpa de los escritores que, por motivos económicos, supongo, han llegado a considerar que la culminación del proceso creativo consiste en la conversión de una de sus obras en película, lo máximo a lo que se puede aspirar, mejor que un premio Café Gijón o Ateneo de Sevilla, y escriben con ese objetivo porque actualmente nadie lee historias en que no pase nada. ¿Y antes sí?
Julián Leal, el policía protagonista de 'Nadie en esta tierra', al descubrir que no hay nada inmortal en nosotros, que nada de lo que hagamos importa, que no somos distintos a una piedra, se siente liberado. Y hace justicia. Así son los novelistas contemporáneos que aspiran a la literatura pese a las series, obreros en un folio que saben de qué pasta está hecha la imaginación, y que no es de frases motivadoras, ni de repeticiones, ni ya tampoco de asesinos escenógrafos o enamoramientos tardíos en la Toscana. Nunca hubo demasiados lectores, pero en este momento en que tantos creen que lo son porque en la tele ven novelas mutadas en series, conviene alzar un libro y gritar: la literatura siempre fue metaverso, no inventáis una mierda.
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